Te dejamos el capítulo 20 del tercer libro de la saga, Perfect.
Si te olvidaste de leer el capítulo anterior, lo podés leer acá.
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Capítulo 20: La vida imita al arte.
El jueves por la tarde a la hora del almuerzo, Aria dobló hacia la esquina del ala administrativa de Rosewood Day. Todos los profesores contaban con oficinas aquí, para tutorías y se recomendaba a los estudiantes ir durante sus períodos de almuerzo.
Aria se detuvo ante la puerta cerrada del despacho de Ezra. Había cambiado mucho desde el comienzo del año. Él había instalado un tablero blanco, y estaba llena de notas azul-tinta de los estudiantes. Mr. Fitz, quiero hablar de mi informe sobre Fitzgerald. Voy después de la escuela. -Kelly. También había una cita de Hamlet en el fondo: ¡O villano, villano, sonriendo, maldito villano!
Debajo de la pizarra había una caricatura del New Yorker de un perro en el sofá de un terapeuta. Y en el pomo de la puerta había una señal de Day’s Inn de NO MOLESTAR; Ezra había cambiado el otro lado en: CRIADA POR FAVOR LIMPIAR ESTA SALA.
Aria golpeó suavemente la puerta.
—Entra. —Le oyó decir desde el otro lado. Había esperado que Ezra estuviera con otro estudiante, por las cosas que oía en clases, ella pensó que su hora del almuerzo eran las horas de oficina más ocupadas, pero allí estaba él solo, con una Cajita Feliz de McDonald’s en su escritorio. La habitación olía a McNuggets.
—Aria —exclamó Ezra, levantando una ceja—. Esto es una sorpresa. Siéntate.
Ella se dejó caer en uno de los sofás de áspera lana de Ezra, del mismo tipo que estaba en la oficina del director de Rosewood Day. Ella señaló en su escritorio.
—¿Cajita Feliz?
Él sonrió tímidamente.
—Me gustan los juguetes. —Levantó un coche de alguna película para niños—. ¿McNuggets? —él le ofreció la caja—. Tengo salsa de barbacoa.
Ella le hizo señas de distancia.
—Yo no como carne.
—Cierto. —Comió una papa frita, sus ojos clavados en los suyos—. Se me olvidó.
Aria sintió un zumbido de algo, una mezcla de intimidad y malestar. Ezra desvió la mirada, probablemente sintiéndolo también. Miró a su alrededor en su escritorio, lleno de montones de papeles, un mini jardín zen, y alrededor de mil libros.
—Así que... —Ezra se limpió la boca con una servilleta, sin reparar en la expresión de Aria—. ¿Qué puedo hacer por ti?
Aria apoyó el codo en el brazo del sofá.
—Bueno, me pregunto si puedo tener más tiempo en el ensayo de Scarlet Letter que es para mañana.
Dejó su soda.
—¿En serio? Me sorprende. Nunca te retrasas con nada.
—Ya lo sé —musitó tímidamente. Pero la casa de los Ackards no era buena para el estudio. Uno, porque era demasiado tranquila, Aria solía estudiar al mismo tiempo que escuchaba música, veía televisión, y escuchaba a Mike hablando por el teléfono en la habitación de al lado. Dos, que era difícil concentrarse cuando sentías como si alguien... te mirara—. Pero no es una gran cosa —siguió diciendo—. Todo lo que necesito es este fin de semana.
Ezra se rascó la cabeza.
—Bueno… no he definido una política en materia de extensiones todavía. Sin embargo, está bien. Sólo por esta vez. La próxima vez, voy a tener que quitarte puntos.
Ella se apartó el pelo detrás de las orejas.
—No se convertirá en un hábito.
—Bien. Así que, ¿qué?, ¿no te gustó el libro? ¿O no lo has empezado?
—Lo terminé hoy. Pero lo odio. Odio a Hester Prynne.
—¿Por qué?
Aria jugueteó con la hebilla en su cinturón gamuzado Urban Outfitters de color marfil.
—Ella asume que perdió a su marido en el mar, y por eso va y tiene una aventura
—murmuró.
Ezra se inclinó hacia delante sobre sus codos, mirando divertido.
—Pero el hombre no es un muy buen marido, tampoco. Eso es lo que hace que sea complicado.
Aria se quedó mirando los libros de Ezra que estaban apretados en estanterías de madera. La Guerra y La Paz. Gravity's Rainbow. Una extensa colección de E. E. Cummings y la poesía de Rilke, y no una sino dos copias de Sin salida. Allí estaba la colección de Edgar Allan Poe que Sean no había leído. Todos los libros parecían arrugados y consumidos por la lectura y relectura.
—Pero yo no puedo ver más allá de lo que hizo Hester —Aria dijo en voz baja—. Ella lo engañó.
—Pero se supone que debemos sentir por su lucha, y cómo la sociedad tiene su marca, y cómo ella se esfuerza por forjar su propia identidad y no permitir a cualquiera crear una para ella.
—Yo la odio, ¿de acuerdo? —Explotó Aria—. ¡Y nunca voy a perdonarla!
Se cubrió la cara con las manos. Las lágrimas rodaron por sus mejillas. Cuando cerró los ojos, ella vio la imagen de Byron y Meredith como los amantes ilícitos del libro, a Ella como el marido agraviado y vengativo de Hester. Pero si la vida realmente imita al arte, Byron y Meredith deberían de estar sufriendo… no Aria. Había intentado llamar a su casa ayer por la noche, pero tan pronto como su madre levantó el teléfono y escuchó la voz de Aria en el otro extremo, ella colgó. Cuándo Aria saludó a Mike en el gimnasio, él había girado rápidamente sobre sus talones y se dirigió de nuevo al vestuario. Nadie estaba de su lado.
—Whoa —Ezra dijo en voz baja, después de que Aria dejó escapar un sollozo ahogado—. Está bien. Así que no te gusta el libro. Está bien.
—Lo siento. Estoy… —Ella sintió las lágrimas calientes en sus palmas. El silencio en el salón crecía. Sólo se escuchaba el zumbido del disco duro del ordenador, el sonido de la lámpara fluorescente y los gritos alegres de todos los niños pequeños que estaban en recreo.
—¿Hay algo de lo que quieres hablar? —Preguntó Ezra.
Aria se secó los ojos con el dorso de la manga de su camisa. Cogió a un botón suelto de uno de los cojines del sofá.
—Mi padre tuvo una aventura con una de sus alumnas hace tres años —espetó ella—. Es una profesora de Hollis. Yo lo supe todo el tiempo, pero él me pidió no decirle a mi mamá. Bueno, ahora ha regresado con la chica… y mi mamá se enteró. Está furiosa de que yo lo supiera desde hace tanto tiempo… y ahora mi padre se ha ido.
—Dios mío —susurró Ezra—. ¿Esto ha pasado hace poco?
—Hace unas semanas, sí.
—Dios. —Ezra se quedó mirando el techo de vigas por un tiempo—. Eso no suena muy justo por parte de tu papá. O tu mamá.
Aria se encogió de hombros. Su cabeza empezó a temblar de nuevo.
—No tuve que haberle guardado ese secreto a mi mamá. Pero ¿qué se supone que debía hacer?
—No es culpa tuya —le dijo Ezra.
Se levantó de su silla, caminó hacia el frente de la mesa, empujó algunos papeles a un lado, y se sentó en el borde.
—Muy bien. Bueno, nunca le he contado esto a nadie, pero cuando estaba en la escuela secundaria, vi a mi mamá besando a su médico. Tenía cáncer en ese momento, y puesto que mi papá estaba de viaje, ella me pidió que la llevara a su tratamiento de quimioterapia. Una vez, mientras esperaba, tuve que usar el baño, y mientras caminaba devuelta al pasillo, vi la puerta abierta de la sala de exámenes. No sé por qué pero mire dentro, y cuando lo hice… allí estaban. Besándose.
Aria contuvo el aliento.
—¿Qué hiciste?
—Pretendí no haber visto nada. Mi mamá no tenía idea de que yo los vi. Ella salió veinte minutos después, toda enderezada, adecuada y con prisa. Tenía muchas ganas de sacarlo a colación, pero, al mismo tiempo, no podía. —Negó con la cabeza—. Al Dr. Poole… Yo nunca lo miré de la misma manera de nuevo.
—¿No dijiste que tus padres se divorciaron? —Aria preguntó, recordando una conversación que había tenido en la casa de Ezra—. ¿Tu mamá se fue con el Dr. Poole?
—Nah. —Ezra agarró un extremo de un McNuggets de la caja—. Ellos se divorciaron un par de años después. Tanto el Dr. Poole como el cáncer se fueron.
—Dios. —Fue todo lo que a Aria se le ocurrió decirle.
—Es un asco. —Ezra jugueteaba con una de las rocas del mini jardín zen que estaba en el borde de su escritorio—. Yo idolatraba el matrimonio de mis padres. No me parecía que hubieran estado teniendo problemas. Toda mi relación ideal se hizo añicos.
—La mía también —dijo Aria con tristeza, corriendo con el pie una pila de libros en el suelo—. Mis padres parecían muy felices juntos.
—No tiene nada que ver contigo —le dijo Ezra—. Eso es una gran cosa que aprendí. Es problema de ellos. Por desgracia, tienes que tratar con ello, y creo que te hace más fuerte.
Aria gimió y recostó su cabeza contra el rígido espaldar del sofá.
—Odio cuando la gente me dice cosas como esas. Que las cosas me harán una mejor persona, incluso si esas cosas apestan.
Ezra se rió entre dientes.
—En realidad, yo también.
Aria cerró los ojos, a la búsqueda de este momento agridulce. Ella había estado esperando a alguien con quien hablar de todo, alguien que realmente, realmente la entendiera. Quería besar a Ezra por tener una jodida familia como ella. O tal vez, quiso besar a Ezra… porque era Ezra.
Los ojos de Ezra se reunieron con los suyos. Aria podía ver su reflejo en las pupilas de él. Con la mano, Ezra empujó el pequeño coche de la Cajita Feliz de forma que rodó sobre su escritorio, por el borde, y calló en el regazo de Aria. Una sonrisa cruzó el rostro del muchacho.
—¿Tienes una novia en Nueva York? —Aria espetó.
La frente de Ezra se arrugó.
—Una novia... —Él parpadeó un par de veces—. La tuve. Pero nos separamos este verano.
—Oh.
—¿De dónde ha salido eso? —preguntó Ezra.
—Algunos chicos estaban hablando de ello, supongo. Y yo... yo me preguntaba cómo era ella.
Una mirada diabólica bailó en los ojos de Ezra, y luego desapareció. Abrió la boca para decir algo, pero cambió de opinión.
—¿Qué? —Aria le preguntó.
—No debería.
—¿Qué cosa?
—Es sólo que... —Él la miró de reojo—. Ella no era nada comparada contigo.
Una sensación de calor estallaba a través de Aria. Poco a poco, sin apartar los ojos de ella, Ezra se levantó de la mesa. Aria avanzó hacia el borde del sofá. El momento se extendía por siempre. Y luego, Ezra se abalanzó hacia delante, agarró a Aria por su espalda, y la apretó contra él. Sus labios se precipitaron contra Aria. Ella colocó sus manos a los lados de su rostro, y él pasó sus manos por toda su espalda. Se separaron y se quedaron mirando uno al otro y luego se besaron de nuevo. Ezra olía delicioso, como una mezcla de Pantene, menta y té chai y algo que era sólo… Ezra. Aria nunca se había sentido de ésta manera al besar. No con Sean, no con nadie. Sean. Su imagen nadó en su cabeza. Sean dejó que Aria se inclinase hacia él mientras veían la versión de The Office de la BBC la noche anterior. Sean besándola antes de la clase de biología, reconfortándola, ya que estaban comenzando disecciones hoy. Sean sosteniendo su mano en la cena con su familia. Sean era su novio.
Aria empujó a Ezra lejos y se levantó de un salto.
—Me tengo que ir. —Se sentía sudorosa, como si alguien hubiera levantado el termostato sobre los cincuenta grados.
Ella recogió rápidamente sus cosas, mientras el corazón le golpeaba fuertemente y las mejillas le ardían.
—¡Gracias por la extensión! —exclamó ella, empujando torpemente la puerta.
En el pasillo, comenzó unas cuantas respiraciones profundas. Por el corredor, una figura se deslizó devuelta a la esquina. Aria se puso tensa. Alguien la había visto.
Ella notó algo en la puerta de Ezra y abrió mucho los ojos. Alguien había borrado todos los antiguos mensajes de la tabla en blanco y las sustituyó por uno nuevo, con un desconocido marcador fucsia.
Cuidado, ¡cuidado! ¡Siempre estoy viendo! —A
Y luego, en letras más pequeñas, en el fondo:
Aquí hay una segunda pista: Todas ustedes conocían cada centímetro de su patio trasero. Pero para una de ustedes, era tan, tan fácil.
Aria sacó una manga de su camisa bajo su chaqueta y borro rápidamente las letras del fondo. Cuando llegó a la firma, la borró con más fuerza, fregando y fregando hasta que no hubo rastro de A.
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