Te dejamos el primer capítulo del libro Perfect.
Si no leíste el prólogo y la sinópsis, los podés leer aquí.
Para comenzar con la lectura, hacé clic en Más Información.
Capítulo 1: El trabajo duro de Spencer vale la pena.
Spencer Hastings debería haber estado durmiendo a las seis y media de la mañana
del lunes. En su lugar, ella estaba sentada en la sala de espera azul y verde de una terapeuta… se sentía un poco como si estuviera atrapada dentro de un acuario. Su hermana mayor, Melissa, estaba sentada en una silla de color esmeralda, frente a ella. Melissa levantó la vista del libro de Principios de Mercados Emergentes ella estaba en un programa de MBA en la Universidad de Pensilvania y le dio a Spencer una sonrisa maternal.
—Me he sentido mucho más clara desde que empecé a ver a la doctora Evans
—ronroneó Melissa, cuyo apunte fue justo directo a Spencer—. Tú vas a amarla. Ella es increíble.
Por supuesto, ella es increíble, Spencer pensó groseramente. Melissa encontraría complacida a alguien dispuesto a escucharla por una hora sin interrupción sorprendente.
—Pero ella puede ser un poco fuerte para ti, Spencer —Melissa advirtió, cerrando de un golpe su libro—. Ella va a decirte cosas sobre ti misma que no quieres oír.
Spencer cambió su peso.
—Yo no tengo seis. Puedo aceptar las críticas.
Melissa levanto un poco su ceja para Spencer, indicando claramente que no estaba tan segura. Spencer se escondió detrás de su revista de Filadelfia, preguntándose de nuevo porqué estaba aquí. La madre de Spencer, Verónica, había reservado su cita con un terapeuta, la terapeuta de Melissa, después de que Alison DiLaurentis la vieja amiga de Spencer había sido encontrada muerta y Toby Cavanaugh se había suicidado.
Spencer sospecha que la cita también tenía por objeto el porqué Spencer se había dado
los besos con el novio de Melissa, Wren. Spencer estaba bien a pesar de todo.
En serio. Y ¿no estaba viendo al terapeuta de su peor enemiga como a un cirujano plástico de una chica fea? Spencer había temido probablemente salir de su primera sesión con el equivalente a la salud mental de senos falsos horriblemente torcidos.
En ese momento, la puerta del despacho se abrió y una mujer rubia con gafas pequeñas de concha, una túnica negra y pantalón negro asomó la cabeza fuera.
—¿Spencer? —dijo la mujer—. Yo soy la Dra. Evans. Adelante. —Spencer se acercó a la oficina de la Dra. Evans, que era amplio y brillante y por suerte nada que ver con la sala de espera. Contenía un sofá de cuero negro y una silla de gamuza gris.
Un gran escritorio con un teléfono, una pila de carpetas de papel manila, una lámpara de cuello de cisne de cromo, y uno de esos juguetes de pájaro-bebedor, que el señor Craft, el profesor de ciencias de la tierra, amaba. La Dra. Evans se acomodó en la silla de gamuza y le indicó a Spencer sentarse en el sofá.
—Bueno —dijo la doctora Evans, una vez que estuvieron cómodas—. He oído hablar mucho de ti. —Spencer arrugó la nariz y miró hacia la sala de espera.
—¿De Melissa, supongo?
—De tu madre —la Dra. Evans abrió la primera página de un cuaderno rojo.
—Dice que has tenido algunas turbulencias en tu vida, sobre todo últimamente.
Spencer fijo su mirada en la mesa final junto al sofá. Donde había un plato de dulces, una caja de kleenex por supuesto y uno de esos juegos conocimiento, la clase en la que saltabas los piquetes uno sobre el otro hasta que sólo quedaba una clavija. Solía haber uno de esos en la casa de la familia Di Laurentis; ella y Ali lo habían resuelto así, lo que significaba que eran genios.
—Creo que estoy llevándolo bien —murmuró—. No estoy como suicida.
—Una amiga murió. Un vecino, también. Eso debe ser duro.
Spencer dejó que su cabeza descansara sobre la parte posterior del sillón y miró hacia arriba. Parecía que el techo enyesado tuviera acné. Probablemente ella necesitaba hablar con alguien, no era como si ella pudiese hablar con su familia acerca de Ali, Toby, o las notas aterradoras del acosador malvado conocido simplemente como A.
Y sus viejas amigas la habían estado evitando a su vez desde que había admitido que Toby había sabido todo el tiempo que ellas habían cegado a su hermanastra, Jena un secreto que había guardado durante tres largos años.
Pero habían transcurrido tres semanas desde el suicidio de Toby, y casi un mes había pasado desde que los trabajadores desenterraron el cuerpo de Ali. Spencer había afrontado mejor todo su contenido, sobre todo, porque A había desaparecido. Ella no había recibido una nota desde antes de Foxy, la más grande fiesta de beneficencia de Rosewood. Al principio, el silencio hizo a Spencer sentirse nerviosa, tal vez era la calma antes del huracán, pero a medida que más tiempo pasó, comenzó a relajarse.
Sus uñas cuidadas lucían bien desde sus manos hasta sus pies. Ella empezó a dormir con la luz de su mesa de noche apagada de nuevo. Había recibido una A en su última prueba de cálculo y una A en su ensayo de República de Platón. Su ruptura con Wren, quien la había botado por Melissa, quien a su vez lo boto a él, no apestaba tanto, y su familia había vuelto al olvido todos los días. Incluso la presencia de Melissa, quien se estaba quedando con la familia mientras un pequeño ejército reformaba su casa en la ciudad de Filadelfia, era un poco tolerable.
Tal vez la pesadilla había terminado. Spencer movió los dedos de los pies dentro de sus botas de altas hasta la rodilla de color beige. Incluso si se sentía suficientemente bien con la Dra. Evans para decirle acerca de A, era un punto discutible. ¿Por qué sacar a relucir a A si A se había ido?
—Es difícil, pero Alison ha estado desaparecida durante años. Lo he superado
—Spencer dijo finalmente. Tal vez la doctora Evans se daría cuenta de que Spencer no iba a hablar y poner fin a su reunión. La Dra. Evans escribió algo en su cuaderno. Spencer se preguntó qué.
—También he oído que tú y tu hermana estaban teniendo algunos problemas de novios.
Spencer resoplo. Sólo podía imaginar la versión muy sesgada de Melissa de la debacle de Wren que probablemente involucraba a Spencer comiendo crema batida del estómago desnudo de Wren en la cama de Melissa, mientras que su hermana observaba impotente desde la ventana.
—No fue realmente una gran cosa —murmuró. La Dra. Evans bajó los hombros y le dio la misma mirada a Spencer de “no me estás engañando” que su madre utilizaba.
—Él era el novio de tu hermana en primer lugar, ¿no? ¿Y le veías a sus espaldas?
—Spencer apretó los dientes.
—Mira, sé que fue un error, ¿de acuerdo? no necesito otro sermón.
La Dra. Evans se le quedó mirando. —Yo no voy a darte un sermón. Tal vez... —Ella se llevó un dedo a la mejilla—. Quizás tenías tus razones.
Spencer puso los ojos como platos. Si funcionaban correctamente sus oídos, ¿estaba la Dra. Evans, en serio, sugiriendo que Spencer no era responsable del 100 por ciento de la culpa? Tal vez $ 175 no era un precio tan blasfémico por la terapia, después de todo.
—¿Tú y tu hermana nunca pasan tiempo juntas? —preguntó la Dra. Evans tras una pausa. Spencer metió la mano en el plato de dulces por un kiss4 de Hershey. Quitó la envoltura de plata en un largo tiempo, hizo una lámina aplanada en su palma, y se metió el kiss en la boca.
—Nunca. A menos que estemos con nuestros padres, pero no es como que Melissa me habla mucho. Lo único que hace es presumir con mis padres acerca de sus logros y sus increíblemente aburridas renovaciones de su casa en la ciudad. —Spencer miró de frente a la Dra. Evans—. Supongo que sabes que mis padres le compraron una casa en la ciudad, simplemente porque se graduó de la universidad.
—Yo lo sé —La Dra. Evans estiró sus brazos en el aire y dos brazaletes de plata se deslizaron hasta el codo—. Cosa fascinante. —Y entonces ella le guiñó un ojo.
Spencer sintió como que su corazón iba a estallar fuera de su pecho. Al parecer, a la Dra. Evans no le importaban los beneficios del sisal en comparación con cualquiera de yute materiales de decoración. Sí. Hablaron un rato más, Spencer disfrutando más y más, y luego la doctora Evans señaló la fusión de relojes de Salvador Dalí que colgaban sobre su escritorio para indicar que su tiempo había terminado. Spencer se despidió y abrió la puerta del despacho, frotándose la cabeza, como si la terapeuta la hubiera agrietado y abierto vanamente su cerebro alrededor.
Lo que en realidad no había sido tan tortuoso como ella había pensado que sería.
Cerró la puerta de la oficina de la terapeuta y se volvió. Para su sorpresa, su madre estaba sentada en un sillón de color verde pálido junto a Melissa, leyendo una revista de estilo Main Line.
—Mamá —Spencer frunció el ceño—. ¿Qué estás haciendo aquí?
Verónica Hastings parecía que había venido directamente de los establos de la familia. Llevaba una camiseta blanca de Petite Bateau, jeans ajustados, y botas de montar.
Había incluso un poco de heno en su cabello.
—Tengo noticias —anunció.
Tanto la Sra. Hastings y Melissa tenían muy graves expresiones en sus rostros. El interior de
Spencer empezó a girar. Alguien había muerto. El que asesino a Ali la había matado de nuevo. Tal vez A estaba de vuelta. Por favor, no, pensó.
—Recibí una llamada del Sr. McAdam —dijo la Sra. Hastings, de pie. McAdam era el Maestro de Economía de Spencer—. Quería hablar de un ensayo que escribiste hace unas semanas. —Dio un paso más cerca, el aroma de su perfume de Channel Número 5 cosquilleó la nariz de Spencer.
—Spencer, él quiere postularlo para una Orquídea de Oro.
Spencer dio un paso atrás. —¿Una Orquídea de Oro?
La Orquídea de Oro era el concurso de ensayos de mayor prestigio en el país, el ensayo de secundaria equivalente a un Oscar. Si gana, las personas del TIMES harían un reportaje sobre ella. Yale, Harvard, y Stanford le rogarían para inscribirse. Spencer había seguido los éxitos de los ganadores de la Orquídea de Oro en la manera en que la gente seguía celebridades. El ganador de la Orquídea de Oro de 1998 era ahora el director editorial de una muy famosa revista. El ganador de 1994 se había convertido en un congresista a los 28.
—Eso es correcto. —Su madre rompió en una sonrisa deslumbrante—. Oh mi Dios.
Spencer se sentía a desfallecer. Pero no de la emoción de miedo. El ensayo que entrego no había sido de ella, era de Melissa. Spencer había estado en una carrera para terminar la tarea, y A le sugirió “pedir prestado” un antiguo trabajo de Melissa. Tantas cosas habían sucedido en las últimas semanas, se había metido en su mente.
Spencer hizo una mueca. El Sr. McAdam o Calamardo, como todos lo llamaban, había amado a Melissa cuando era su alumna. ¿Cómo no lo recordó de los ensayos de Melissa, especialmente si eran tan buenos? Su madre agarró el brazo de Spencer y ella dio un respingo, las manos de su madre eran siempre frías cadáver.
—¡Estamos muy orgullosos de ti, Spencer! —Spencer no podía controlar los músculos alrededor de su boca. Tenía que limpiar esto antes de que fuera más allá.
—Mamá, no puedo. —Pero la señora Hastings no estaba escuchando.
—Ya he llamado a Jordana del Filadelfia Sentinel. ¿Recuerdas a Jordana? Ella solía tomar clases de equitación en el establo. De todos modos, ella está encantada. Nadie de esta área ha sido postulado jamás. ¡Ella quiere escribir un artículo acerca de ti!.
Spencer parpadeó. Todo el mundo lee el periódico de Filadelfia Sentinel.
—La entrevista y la sesión de fotos ya están todas planeadas —brotaba la Sra. Hastings, recogiendo su gigante bolso color azafrán de Tod's y haciendo sonar las llaves de su coche.
—El miércoles antes de la escuela. Traeré un estilista. Estoy segura de que Uri vendrá a dejarte como nueva.
Spencer tenía miedo de hacer contacto visual con su mamá, así que ella se quedó mirando el material de lectura de la sala de espera, un surtido de New Yorkers and Economists, y un gran libro de cuentos de hadas que se balanceaba en la cima de montaña de Legos. No podía decirle a su mamá sobre el robo del ensayo no ahora. Y no era como si ella iba a ganar la Orquídea de Oro, de todos modos. Cientos de personas eran nominadas, de los mejores colegios de todo el país. Probablemente ni siquiera llegaría más allá del primer corte.
—Eso suena muy bien —farfulló Spencer. Su mamá salía por la puerta. Spencer se demoró un instante más, paralizada por el lobo en la cubierta del libro de cuentos. Ella había tenido el mismo cuando era pequeña. El lobo estaba vestido con una bata y un gorro, mirando con lascivia a una rubia, ingenua Caperucita. Solía darle pesadillas a Spencer. Melissa se aclaró la garganta. Cuando Spencer levantó la vista, su hermana estaba mirándola.
—Felicidades, Spencer —dijo Melissa uniformemente—. La Orquídea de Oro. Eso es enorme.
—Gracias —espetó Spencer. Había una expresión en el rostro inquietantemente familiar de Melissa. Y entonces Spencer se dio cuenta: Melissa era exactamente igual que el lobo feroz.
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