lunes, 16 de septiembre de 2013

Club de Lectura (3x21)

Te traemos el capítulo 21 del libro Perfect.
Si no leíste el capítulo anterior, lo podés leer acá.
Para empezar a leer, hacé clic en Más Información.
Capítulo 21: ¿Qué deletrea S-A-N-T-A M-I-E-R-D-A?


El jueves por la noche, Spencer se instaló en los asientos acolchados de color rojo en el restaurante de Rosewood Country Club y miró por la ventana de la bahía. En el campo de golf, un par de chicos mayores de suéteres con cuello en V y pantalones caqui estaban tratando de alcanzar algunos hoyos más, antes de que el sol se pusiera. En la cubierta, la gente estaba aprovechando los últimos días cálidos del año, bebiendo ginebra y comiendo camarón de roca y bruschetta. El Sr. y la Sra. Hastings agitaron sus martinis Bombay Sapphire, luego se miraron entre sí.
—Propongo un brindis. —La Sra. Hastings empujó su pelo corto rubio detrás de las orejas, su anillo de diamantes de tres quilates brillaba contra el sol que entraba por la ventana. Los padres de Spencer siempre se tostaban antes de que tomaran cualquier cosa, incluso un vaso de agua.
La Sra. Hastings levantó su copa. 
—Porque Spencer llego a la final de la Orquídea de Oro.
El Sr. Hastings tintineó. 
—Y por estar en la primera página del Centinela de este domingo.
Spencer levantó su copa y la chocó con ellos, pero el esfuerzo fue poco entusiasta. Ella no quería estar aquí. Ella quería estar en casa, protegida y segura. No podía dejar de pensar en su sesión extraña con la Dra. Evans esta mañana. La visión que había visto, la pelea con Ali olvidada la noche que desapareció, era inolvidable. ¿Por qué no lo recordaba antes? ¿Había más? ¿Qué pasa si había visto al asesino de Ali?
—Felicidades, Spencer —su madre interrumpió sus pensamientos—. Espero que ganes.
—Gracias —murmuró Spencer. Dobló la servilleta verde de nuevo en un acordeón, y luego miró alrededor de la mesa, observando a todos los demás.
—¿Nerviosa por algo? —Su madre se limpió la barbilla con la servilleta.
Spencer se detuvo inmediatamente. 
—No —dijo ella rápidamente. Cada vez que cerraba los ojos, estaba de regreso la memoria de Ali. Era tan claro ahora. Podía oler la madreselva que crecía en los bosques paralelos a la granja, sentir la brisa del verano, ver los relámpagos errando salpicando la pintura del cielo oscuro. Sin embargo, no podía ser real.
Cuando Spencer levantó la vista, sus padres estaban mirándola peculiarmente.
Probablemente le habían preguntado algo que ella se había perdido por completo. Por primera vez, deseaba tener a Melissa aquí monopolizando la conversación. 
—¿Estás nerviosa por la doctora? —dijo su madre en voz baja. 
Spencer no podía ocultar su sonrisa, le gustaba que su madre llamara a la doctora Evans la doctora en lugar de la terapeuta—. Estoy bien.
—¿Tú crees que has llegado... —Su padre parecía en la búsqueda de sus palabras, jugueteando con su alfiler de corbata—. ... a algo, con la doctora?
Spencer sacudió el tenedor de ida y vuelta. Define a algo, quería decir.
Antes de que pudiera responder, apareció el camarero. Era el mismo camarero que habían tenido durante años, el bajo hombre calvo que tenía una voz de Winnie-the-Pooh. 
—Hola, Sr. y Sra. Hastings. —Pooh tomó la mano del padre de Spencer, saludándolo—. Y Spencer, estás encantadora.
—Gracias —murmuró Spencer, a pesar de que estaba bastante segura de que no lo estaba. Ella no se había lavado el pelo después del hockey sobre hierba, y la última vez que se había mirado en el espejo, sus ojos tenían un miedo salvaje. Ella tenía espasmos, y miraba alrededor del restaurante para ver si alguien la estaba observando.
—¿Cómo está esta noche todo el mundo? —Pooh preguntó. El mulló las servilletas que Spencer acababa de replegar y las puso de vuelta en los regazos de todos—. ¿Están aquí para una ocasión especial?
—En realidad sí —intervino la señora Hastings—. Spencer es una de las finalistas en el concurso de La Orquídea de Oro. Es un importante premio académico.
—Mamá —susurró Spencer. Odiaba que su madre difundiera los logros de la familia.
Sobre todo porque Spencer había hecho trampa.
—¡Eso es maravilloso! —gritó Pooh—. Es bueno tener una buena noticia, por una vez. Él se apoyó cerca—. Bastantes de nuestros clientes piensan que han visto al acosador, y han estado hablando. Algunos incluso dicen que vieron a alguien cerca del club la noche anterior.
—¿No ha pasado esta ciudad suficiente? —Reflexionó el Sr. Hastings.
La Sra. Hastings preocupada miró a su marido. 
—Yo te dije, juré que vi a alguien mirándome cuando me encontré con Spencer en casa del médico el lunes.
Spencer levantó la cabeza, con el corazón acelerado. 
—¿Le diste un vistazo a él?
La Sra. Hastings se encogió de hombros. 
—No realmente.
—Algunas personas están diciendo que es un hombre. Otros, una mujer —dijo Pooh.
Todo el mundo chasqueó la lengua con estrés.
Pooh tomo sus órdenes. Spencer masculló que quería el atún de aleta amarilla, lo mismo que había estado recibiendo desde que dejó de ordenar del menú para niños.
Cuando el camarero estaba lejos, Spencer veía empañada por el salón del comedor.
Estaba hecho en un tema al estilo destartalado, Nantucket-bote, con oscuras sillas de mimbre y un montón de boyas de salvamento y figuras de bronce. La pared del fondo todavía tenía el mural marino, completado con un calamar gigante horrible, una orca, y un tritón que tenía una larga cabellera rubia y una rota nariz al estilo Owen Wilson.
Cuando Spencer, Ali, y las demás solían venir aquí a comer la cena, Mona Vanderwaal y Chassey Bledsoe venían solas, Ali les exigió a Mona y a Chassey dar al tritón un gran beso francés. Lágrimas de vergüenza había corrido por sus mejillas mientras las dos niñas sacaban la lengua a los labios del tritón pintado.
Ali era tan mala, Spencer pensó. Su sueño flotando de nuevo. “Tú no puedes tener esto”, Ali le había dicho. ¿Por qué Spencer se había enojado tanto? Spencer pensó que Ali le iba a decir a Melissa sobre Ian esa noche. Fue eso ¿el por qué? ¿Y qué quiso decir la Dra. Evans cuando dijo que algunas personas editan las cosas que les suceden? ¿Spencer había hecho eso antes?
—¿Mamá? —De repente Spencer tenía curiosidad—. ¿Sabes si alguna vez, como al azar, se me olvidaron un montón de cosas? Como... amnesia temporal?
Su madre alzó su bebida
—¿Qué? ¿Por qué lo preguntas?
La parte posterior del cuello de Spencer se sentía húmedo. Su madre le había dado la misma mirada de, no quiero tratar con esto, que había tenido hace un tiempo con su hermano, Daniel, el tío de Spencer, quien se puso demasiado borracho en una de sus fiestas y comentó unos cuantos secretos muy protegidos de familia. Así fue como Spencer se enteró de que su abuela tenía una adicción a la morfina, y que su tía Penélope había regalado a un hijo en adopción cuando tenía diecisiete años. 
—Espera, ¿lo he hecho?
Su madre colocó el plato en el borde. 
—Tenías siete y estabas con gripe.
Los cordones en el cuello de su madre destacaban, lo que significaba que estaba conteniendo la respiración. Y eso quería decir que no le estaba diciendo todo a Spencer. 
—Mamá.
Su madre pasó las manos alrededor del borde de la copa del Martini. 
—No es importante.
—Oh, dile, Verónica —su padre le dijo con aspereza—. Ella puede manejarlo.
La Sra. Hastings respiró hondo. 
—Bueno, Melissa, tú, y yo fuimos al Instituto Franklin —agregó—, a ambas les gustaba caminar a través de la exhibición del corazón. ¿Te acuerdas?
—Claro —dijo Spencer. La exposición del corazón del Instituto Franklin se extendía por cinco mil metros cuadrados, tenían venas del tamaño del antebrazo de Spencer, y latían tan fuerte que cuando estaba dentro de sus ventrículos, el latido era el único sonido que podías oír.
—Estábamos caminando de regreso a nuestro coche —su madre posó los ojos en su regazo—. En el camino, un hombre nos detuvo. —Hizo una pausa, tomando consigo la mano del padre de Spencer. Los dos lucían tan solemnes—. ... Él tenía un arma en su chaqueta, y quería mi cartera.
Spencer abrió mucho los ojos. 
—¿Qué?
—Él nos hizo ponernos boca abajo sobre la vereda —la boca de la señora Hastings se tambaleó—. No me importó, le di mi cartera, pero yo estaba tan asustada por ustedes niñas, se mantenían gimiendo y llorando y tú me preguntabas si íbamos a morir.
Spencer torcido al final la servilleta en su regazo. Ella no se acordaba de esto.
—Nos dijo que contáramos hasta cien antes de poder levantarnos de nuevo —dijo su madre—. Después que la costa estaba clara, volvimos a nuestro coche, y nos fuimos a casa. Iba cerca de treinta millas sobre el límite de velocidad, ¿recuerdas? Es un milagro que no nos pararan.
Hizo una pausa y bebió un sorbo de su bebida. Alguien dejó caer un montón de plato en la cocina, y la mayoría de los comensales estiraron el cuello en dirección al desastrede cerámica, pero la señora Hastings actuó como si no lo hubiera oído. —Cuando llegamos a casa, tenías una fiebre terrible —prosiguió—. Llegó de repente. Nosotros te llevamos a la sala de emergencias. Teníamos miedo de que tuvieras meningitis, se habían producido casos en algunas ciudades cercanas. Tuvimos que permanecer cerca de casa, mientras esperábamos los resultados del examen, en caso de que tuviéramos que correr de nuevo al hospital. Tuvimos que perdernos los nacionales de deletreo de Melissa. ¿Recuerdas cuánto se había preparado para eso?
Spencer recordó. A veces, ella y Melissa jugaban, Melissa como la concursante, Spencer como el juez, lanzando palabras a Melissa de una larga lista. Eso fue cuando Melissa y Spencer se agradaban una a la otra. Pero la forma en que Spencer lo recordaba, eran que su hermana había decidido excluirse de la competencia porque había un partido de hockey de campo el mismo día. 
—¿Melissa fue al concurso, después de todo? —preguntó.
—Ella lo hizo, pero fue con la familia de Yolanda. ¿Recuerdas a su amiga Yolanda? Ella y Melissa se encontraban en todas las competiciones de conocimientos juntas.
Spencer arrugó la frente.
 —¿Yolanda Hens?
—Exacto.
—Melissa y Yolanda no… —Spencer se detuvo. Estaba a punto de decir que Melissa nunca fue amiga de Yolanda Hens. Ella era el tipo de chica que era cariñosa en torno a los adultos, pero una terrorífica mandona en privado. Spencer sabía que Yolanda había obligado a Melissa, una vez, a pasar por todas las preguntas de la competencia de conocimiento sin parar, a pesar de que Melissa le dijo un millón de veces que tenía que orinar. Al final ella había terminado orinándose en los pantalones.
—De todos modos, una semana después, la fiebre terminó —dijo su madre—. Pero cuando te despertaste, habías olvidado todo lo que había pasado. Tú recordabas el Instituto Franklin, y recordabas el paseo por el corazón, pero luego te pregunté si recordabas el hombre malo en la ciudad. Y tú dijiste, “¿Qué hombre malo?” No podías recordar la sala de emergencias, las pruebas realizadas, estar algo enferma.
Simplemente… lo habías borrado. Te observamos el resto de ese verano. Teníamos miedo de que pudieras enfermarte de nuevo.
—Melissa y yo tuvimos que faltar a nuestro campamento de kayak de madre e hija en Colorado y al recital de piano en Nueva York, pero creo que ella entendió. El corazón de Spencer estaba acelerado. 
—¿Por qué nadie nunca me dijo esto? Su madre miró a su padre. 
—Todo fue tan extraño. Pensé que te molestaría, saber que te habías perdido toda una semana. Fuiste una angustia después de eso. —Spencer se agarró al borde de la mesa. Yo podría haber perdido más de una semana de mi vida, quería decirles a sus padres. ¿Y si no fue mi único apagón?
Ella cerró los ojos. Todo lo que podía oír era el crack de su memoria. ¿Y si ella había tachado lo de Ali antes de desaparecer? ¿Qué había perdido aquella noche?
Para el momento en que Pooh establecía sus platos, Spencer estaba temblando. Su
madre ladeó la cabeza.
—¿Spencer? ¿Qué está mal? —Ella giró la cabeza al padre de Spencer—. Sabía que no debería haberle dicho.
—¿Spencer? —el Sr. Hastings pasó las manos delante del rostro de Spencer—. ¿Estás bien?
Los labios de Spencer se sentían entumecidos, como si hubieran sido inyectados con novocaína. 
—Tengo miedo.
—¿Miedo? —Repitió su padre, inclinándose hacia adelante—. ¿De qué?
Spencer parpadeó. Se sentía como si estuviera teniendo un sueño recurrente en el que ella sabía lo que quería decir en su cabeza, pero en lugar de las palabras saliendo de su boca, salía una concha. O un gusano. O una pluma de humo morado, o tiza. Luego, apretó la boca cerrada. Ella se había dado cuenta de repente de la respuesta que estaba buscando, lo que ella temía.
Ella misma.

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