Estamos otra vez para darte la cuota diaria de PLL, esta ve les traemos el capítulo 8.
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Capítulo 8: ¿Dónde están las malditas niñas exploradoras cuando las necesitas?
Hanna se hundió más en los blandos cojines de su sofá y trató de desabotonar los jeans Paper Denim de Sean.
—Whoa —dijo Sean. —No podemos…
Hanna sonrió misteriosamente y puso un dedo sobre sus labios. Empezó a besar el cuello de Sean. Él olía como Lever 2000 y, extrañamente, a chocolate, y ella amaba cómo su reciente corte de pelo mostraba todos los ángulos atractivos de su rostro. Lo había amado desde sexto grado y él sólo se había vuelto más atractivo con el paso de los años.
Mientras se besaban, la madre de Hanna, Ashley, abrió la puerta principal y caminó hacia ellos, hablando en el pequeño móvil LG con tapa. Sean retrocedió contra los cojines del sofá.
—¡Ella nos verá! —susurró, rápidamente metiendo su camisa azul pálida de Lacoste.
Hanna se encogió de hombros. Su mamá les saludó sin verlos detenidamente y caminó a la otra habitación. Su mamá prestaba más atención a su Blackberry que a Hanna. Debido a su horario de trabajo, ella y Hanna no compartían mucho, además de las revisiones periódicas de tareas, notas sobre qué tiendas estaban con las mejores ofertas, y recordarle que tenía que limpiar su habitación por si alguno de los ejecutivos venía a su fiesta de cócteles y necesitaba usar el baño de arriba. Pero Hanna estaba más que bien con eso. Después de todo, el trabajo de su madre era el que pagaba las cuentas AmEx de Hanna -ella no siempre estaba robando
cosas- y su costosa matrícula en el Rosewood Day.
—Tengo que irme —murmuró Sean.
—Deberías venir el sábado —Hanna ronroneó. —Mi madre va a estar todo el día en el spa.
—Te veré en la fiesta de Noel el viernes —dijo Sean. —Y sabes que es bastante difícil.
Hanna gimió. —Esto no tiene que ser difícil —dijo.
Él se inclinó y la besó. —Te veo mañana.
Después Sean salió, y ella enterró su rostro en el sofá. Salir con Sean aún se sentía como un sueño. Antes cuando Hanna era regordeta y patética, ella había adorado cuán alto y atlético era él, cómo siempre era muy agradable con los profesores y los chicos que eran menos geniales, y lo bien que vestía, no como un vagabundo daltoniano. A ella nunca dejó de gustarle él aún después de que se quitara los obstinados kilos de más y descubriera los productos para el cuidado del cabello. El año pasado en la escuela, ella casualmente le susurró a James Freed en el pasillo que le gustaba Sean. Y Colleen Rink le dijo tres períodos después que Sean iba a llamar a Hanna a su móvil esa noche después del fútbol. Fue otro momento en el que Hanna se enojó con Ali porque ella no estaba allí como testigo.
Habían sido pareja por siete meses y Hanna se sentía más enamorada de él que nunca. Ella aún no se lo había dicho -ella había mantenido eso para ella sola por años- pero ahora, estaba muy segura de que él también la amaba. ¿Y no era el sexo la mejor manera de expresar el amor?
Ese era el por qué lo de la promesa de virginidad no tenía sentido. No era como si los padres de Sean fueran demasiado religiosos, y eso estaba en contra de todas las nociones preconcebidas que Hanna tenía sobre los chicos. A pesar de cómo solía lucir, Hanna se mantenía a sí misma: con su cabello castaño profundo, cuerpo
curvilíneo, y perfecta -estamos hablando de ninguna espinilla, jamás- piel, ella era atractiva. ¿Quién no podría estar locamente enamorado de ella? Algunas veces se preguntaba si Sean era gay -él tenía un montón de ropa bonita- o si le tenía miedo a las vaginas.
Hanna llamó a su pinscher miniatura, Dot, a saltar sobre el sofá.
—¿Me extrañaste hoy? —ella chilló mientras Dot lamía su mano. Hanna había solicitado que dejaran que Dot fuera a la escuela en su gran bolso Prada -después de todo, todas las chicas en Beverly Hills lo hacían- pero en Rosewood Day se negaron. Así que para prevenir la ansiosa separación, Hanna le había comprado a Dot la más abrigada cama de Gucci que el dinero podía comprar y dejaba la televisión en el canal QVC
durante el día.
Su madre se dirigió hacia la sala, aún con su traje hecho a medida y sandalias color café con tacón Kitten —
Aquí está el sushi. —dijo la Sra. Marin.
Hanna la miró. —¿Rollos Toro?
—No lo sé. Traje un montón de cosas.
Hanna se dirigió a la cocina, tomando el portátil de su madre y el LG zumbó
—¿Ahora qué? —ladró la Sra. Marin en el teléfono.
Las pequeñas garras de Dot sonaron detrás de Hanna. Después de buscar en la bolsa, ella sacó un pedazo de sashimi amarillo, un rollo de anguila, y una pequeña taza de sopa miso.
—Bueno, hablé con los clientes esta mañana —Su madre entró a la cocina. —Ellos estaban felices entonces.
Hanna hundió delicadamente su rollo amarillo en alguna clase de salsa de soya y despreocupadamente lo pasó sobre un catálogo de J. Crew. Su mamá era la segunda al mando en la empresa de publicidad de Filadelfia, McManus & Tate, y su meta era ser la primer mujer presidente de la firma. Además de ser extremadamente exitosa y ambiciosa, la Sra. Marin era lo que los chicos en Rosewood Day podían llamar una MILF —ella tenía cabello largo rojodorado, piel suave, y un increíble y flexible cuerpo gracias a su ritual diario de yoga.
Hanna sabía que su madre no era perfecta, pero ella aún no entendía por qué sus padres se habían divorciado cuatro años atrás, o por qué su padre rápidamente empezó a salir con una mediocre enfermera de Emergencias en Annapolis, Maryland, llamada Isabel. Hablando de caer bajo. I
sabel tenía una hija adolescente, Kate, y el Sr. Marin le había dicho a Hanna que podría quererla. Unos meses después del divorcio, él había invitado a Hanna a Annapolis por el fin de semana. Nerviosa por conocer a su casi-hermanastra, Hanna le pidió a Ali acompañarla.
—No te preocupes, Han —le aseguró Ali. —Vamos a superar a cualquiera que sea esa chica Kate—. Cuando Hanna la miró, dudosa, ella le recordó a Hanna su frase favorita: ¡Yo soy Ali y soy fabulosa! Y eso sonaba casi estúpido ahora, pero en aquel entonces Hanna sólo podía imaginar lo que era sentirse tan segura. Tener a Ali allí era como una capa de seguridad –para probar a su papá que ella no era una perdedora que sólo quería escapar.
El día había sido una colisión de tren, de todos modos. Kate era la chica más linda que Hanna había conocido y su padre básicamente la había llamado cerda en frente de Kate. Él rápidamente había dado marcha atrás y dijo que era sólo una broma, pero esa había sido la última vez que ella lo había visto… Y la primera vez que ella se incitó a vomitar.
Pero Hanna odiaba pensar sobre cosas del pasado, así que ella raramente lo hacía. Además, ahora Hanna podía comerse con los ojos a las citas de su mamá y no de una manera tan ¿será-mi-nuevo-padre? ¿Y su padre le permitiría un toque de queda a las 2 AM y beber vino, al igual que su mamá lo hacía? Lo dudaba.
Su madre masculló en su teléfono cerrado y puso sus ojos verde esmeralda sobre Hanna.
—¿Esos son tus zapatos de regreso-a-la-escuela?
Hanna paró de masticar. —Sí.
La Sra. Marin asintió. —¿Recibiste muchos cumplidos?
Hanna giró su tobillo para inspeccionar sus tacones púrpuras. Tenía demasiado miedo a enfrentarse a la seguridad de Saks, así que realmente había pagado por ellos.
—Sí, los recibí.
—¿Te preocupa si los tomo prestados?
—Um, seguro. Si quie…
El teléfono de su mamá sonó de nuevo. Ella se abalanzó sobre él. —¿Carson? Sí. He estado buscándote toda la noche… ¿Qué diablos está pasando allí?
Hanna sopló su flequillo y alimentó a Dot con un pequeño pedazo de anguila. Mientras Dot escupía sobre el suelo, el timbre de la puerta sonó. Su madre ni siquiera retrocedió. Dot empezó a ladrar y su madre se puso de pie para cogerlo.
—Probablemente son niñas exploradoras otra vez.
Las Niñas Exploradoras habían venido tres días seguidos, tratando de venderles algunas galletas para la hora de cenar. Ellas eran fanáticas en ese vecindario. En cuestión de segundos, volvió a la cocina con un oficial de policía joven, con cabello castaño y ojos verdes detrás de ella.
—Este caballero dice que quiere hablar contigo—. En el broche dorado del bolsillo de su uniforme, sobre su pecho, se leía WILDEN.
—¿Yo? —Hanna se señaló a sí misma.
—¿Eres Hanna Marin? —preguntó Wilden. El walkie-talkie en su cinturón hizo un ruido.
De repente Hanna se dio cuenta de quién era ese hombre: Darren Wilden. Él había estado en último curso en Rosewood cuando ella estaba en séptimo. El Darren Wilden que ella recordaba supuestamente dormía con todas las chicas del equipo de salto y fue casi expulsado de la escuela por robar la clásica motocicleta Ducati
del director. Y este policía era definitivamente el mismo chico -esos ojos verdes eran difíciles de olvidar, incluso si habían pasado cuatro años desde que ella los había visto. Hanna esperaba que él fuera un stripper que Mona habían enviado como una broma.
—¿Qué es todo esto? —La Sra. Marin preguntó, mirando largamente a su móvil. — ¿Por qué está interrumpiendo nuestra cena?
—Recibimos una llamada de Tiffany’s— dijo Wilden. —Ellos te tienen en una grabación donde hurtas algunas cosas de su tienda. Las grabaciones de varias cámaras de seguridad del centro comercial te descubrieron fuera del centro comercial en tu auto. Seguimos la placa de licencia.
Hanna empezó a pellizcar el lado interior de su palma con sus uñas, algo que ella hacía cuando se sentía fuera de control.
—Hanna no haría eso —dijo la Sra. Marin. —¿Lo harías, Hanna?
Hanna abrió su boca para responder pero no salieron palabras. Su corazón estaba golpeando contra sus costillas.
—Mira —Wilden cruzó sus manos sobre su pecho. Hanna notó el arma en su cinturón. Parecía como un juguete. —Sólo necesito que vengas a la estación. Quizás no es nada.
—¡Estoy segura de que no es nada! —dijo la Sra. Marin. Entonces sacó su cartera Fendi de un bolso a juego. —¿Qué hace falta para que nos deje en paz para tener nuestra cena?
—Señora —Wilden sonó exasperado. —Debería venir conmigo, ¿bien? No tomará toda la noche. Lo prometo—. Él sonrió con esa sonrisa sexy de Darren Wilden que probablemente le había impedido ser expulsado de Rosewood.
—Bueno —dijo la mamá de Hanna. Ella y Wilden se miraron por un largo momento. —Déjeme tomar mi bolso.
Wilden se giró hacia Hanna. —Voy a tener que esposarte.
Hanna jadeó. —¿Esposarme? —. Bien, ahora eso era tonto. Sonaba falso, como algo que las gemelas de seis años de al lado podrían decirse entre ellas. Pero Wilden sacó unas esposas de acero reales y gentilmente las puso alrededor de sus muñecas. Hanna esperó que él no notara que sus manos estaban temblando.
Si sólo se tratara de un momento en que Wilden la ataba a la silla, ponía la vieja canción de los 70 “Hot Stuff” y se quitaba la ropa… Por desgracia, no lo era.
La estación de policía olía como a café quemado y madera muy vieja, porque, como la mayoría de los edificios municipales de Rosewood, era una antigua vía férrea a la mansión de un barón. Los policías revoloteaban alrededor de ella, tomando llamadas telefónicas, llenando formas, y deslizándose en sus pequeñas sillas con rueditas. Hanna medio esperaba ver a Mona allí, también, con su mamá y el Dior robado sobre su muñeca. Pero con una mirada al banco vacío supo que Mona no había sido atrapada.
La Sra. Marin se sentó muy rígida al lado de ella. Hanna se sintió inquieta; su mamá era usualmente muy indulgente, pero hasta entonces Hanna nunca había tomado nada del centro de la ciudad y había pasado algo así
Y entonces, muy tranquilamente, su madre se inclinó. —¿Qué fue lo que tomaste?
—¿Huh? —preguntó Hanna.
—¿Ese brazalete que estás usando?
Hanna bajó la mirada. Perfecto. Ella había olvidado quitárselo; el brazalete estaba girando en su muñeca a la vista. Ella lo empujó debajo de su manga. Sintió en sus orejas los pendientes; sip, los había tomado también hoy. ¡Hablando de estupidez!
—Dámelos —susurró su madre.
—¿Huh? —Hanna dijo con voz aguda.
La Sra. Marin extendió su mano. —Dámelos. Puedo encargarme de esto.
De mala gana, Hanna permitió que su madre desabrochara el brazalete de su muñeca. Entonces extendió las manos y se quitó los pendientes y los entregó también. La Sra. Marin ni siquiera retrocedió. Ella simplemente deslizó las joyas en su bolso y dobló sus manos sobre el broche de metal.
La chica rubia de Tiffany’s que había ayudado a Hanna con el precioso brazalete caminó por la sala. Tan pronto como vio a Hanna, sentada y abatida en el banco con las esposas aún en sus manos, ella asintió.
—Sí, es ella.
Darren Wilden miró a Hanna, y su mamá se levantó.
—Creo que aquí ha habido un error—. Ella caminó hasta el escritorio de Wilden. —Le entendí mal en la casa. Yo estaba con Hanna ese día. Compramos esas cosas. Tengo un recibo por ellas en casa.
La chica de Tiffany’s estrechó sus ojos con incredulidad. —¿Está sugiriendo que estoy mintiendo?
—No —dijo la Sra. Marin dulcemente. —Sólo creo que está confundida.
¿Qué estaba haciendo? Un pegajoso, incómodo, casi-culpable sentimiento se
deslizó en Hanna.
—¿Cómo explica las grabaciones de vigilancia? —Preguntó Wilden.
Su mamá se detuvo. Hanna miró un pequeño músculo en su cuello estremecerse. Entonces, antes de que Hanna pudiera pararla, ella llevó la mano a su bolso y sacó el botín.
—Esto fue todo por culpa mía —dijo. —No de Hanna.
La Sra. Marin se giró hacia Wilden. —Hanna y yo tuvimos una pelea sobre estas cosas. Yo le dije que no podía tenerlas. La llevé a esto. Ella nunca haría esto de nuevo. Yo me aseguraré de eso.
Hanna miró fijamente, aturdida. Ella y su mamá ni una sola vez discutieron en Tiffany’s, por no hablar de algo que ella podía o no tener.
Wilden sacudió su cabeza. —Señora, creo que su hija deberá realizar algo de servicio comunitario. Esa es usualmente la multa.
La Sra. Marin parpadeó, inocentemente —¿No podemos dejar que esto corra? ¿Por favor?
Wilden la miró por un largo momento, una esquina de su boca se curvó casi diabólicamente. —Siéntese —dijo finalmente. —Permítame ver qué puedo hacer.
Hanna miró a todas partes, menos en la dirección de su mamá. Wilden se encorvó sobre su escritorio. Tenía una figurilla del Jefe Wiggum de Los Simpson y un Slinky metálico. Él lamió su índice para girar las páginas de papel que estaba llenando. Hanna retrocedió. ¿Qué clase de papeles estaban allí? ¿No sería el periódico local de reporte de crímenes? Eso era malo. Muy malo.
Hanna movió su pie nerviosamente, teniendo una repentina urgencia por algo de Junior Mints. O quizás anacardos (frutos secos). Incluso la Slim Jims (snacks de carne o salchicha seca) sobre el escritorio de Wilden serviría.
Ella podía verlo: Todos lo averiguarían, y ella instantáneamente estaría sin amigos ni novio. A partir de ahí, habría retrocedido de nuevo a la estúpida Hanna de séptimo grado en evolución hacia atrás. Ella despertaría y su cabello estaría asqueroso, sucio y marrón de nuevo. Entonces sus dientes estarían torcidos y ella
tendría aparatos de nuevo. No le entraría ninguno de sus jeans. El resto sucedería espontáneamente. Ella pasaría su vida como gordita, fea, miserable, y pasada por alto, como solía ser.
—Tengo algo de loción si están irritándose tus muñecas —dijo a Sra. Marin, gesticulando hacia las esposas y hurgando en su bolso.
—Estoy bien —replicó Hanna, volviendo al presente.
Suspirando, sacó su Blackberry. Era difícil porque sus manos estaban esposadas, pero ella quería convencer a Sean de que él tenía que ir a su casa este sábado. De repente ella realmente quería saber lo que él quería. Mientras ella miraba fijamente la pantalla, un mensaje apareció en su bandeja de entrada. Ella lo abrió.
Hola Hanna,
Ya que la comida de prisión te hace engordar, ¿Ya sabes lo que Sean va a decir? ¿No es así?
—A
Ella estaba tan asustada que se paró, pensando en alguien que debería estar en la sala, mirándola. Pero allí no había nadie. Cerró sus ojos, tratando de pensar quién podría haber visto el carro de policía en su casa.
Wilden miró desde su escritorio. —¿Estás bien?
—Um —dijo Hanna. —Sí —se sentó lentamente. ¿No es así? ¿Qué diablos? Ella miró la dirección de la nota de nuevo, pero solo vio un revoltijo de letras y números.
Hanna —La Sra. Marin murmuró después de un momento. —Nadie necesita saber de esto.
Hanna parpadeó. —Oh. Sí. Estoy de acuerdo.
—Bien
Hanna tragó con fuerza. Excepto porque… alguien lo sabía.
------------------------------------------------------------------------------
Nota de la traductora
*Línea de productos que se encarga del cuidado de la piel.
*American Express.
*Canal de compras por TV.
*Catálogo de ropa femenina.
*Catálogo de ropa femenina.
*Para Latinoamérica es el Jefe Gorgory.
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Capítulo 8: ¿Dónde están las malditas niñas exploradoras cuando las necesitas?
Hanna se hundió más en los blandos cojines de su sofá y trató de desabotonar los jeans Paper Denim de Sean.
—Whoa —dijo Sean. —No podemos…
Hanna sonrió misteriosamente y puso un dedo sobre sus labios. Empezó a besar el cuello de Sean. Él olía como Lever 2000 y, extrañamente, a chocolate, y ella amaba cómo su reciente corte de pelo mostraba todos los ángulos atractivos de su rostro. Lo había amado desde sexto grado y él sólo se había vuelto más atractivo con el paso de los años.
Mientras se besaban, la madre de Hanna, Ashley, abrió la puerta principal y caminó hacia ellos, hablando en el pequeño móvil LG con tapa. Sean retrocedió contra los cojines del sofá.
—¡Ella nos verá! —susurró, rápidamente metiendo su camisa azul pálida de Lacoste.
Hanna se encogió de hombros. Su mamá les saludó sin verlos detenidamente y caminó a la otra habitación. Su mamá prestaba más atención a su Blackberry que a Hanna. Debido a su horario de trabajo, ella y Hanna no compartían mucho, además de las revisiones periódicas de tareas, notas sobre qué tiendas estaban con las mejores ofertas, y recordarle que tenía que limpiar su habitación por si alguno de los ejecutivos venía a su fiesta de cócteles y necesitaba usar el baño de arriba. Pero Hanna estaba más que bien con eso. Después de todo, el trabajo de su madre era el que pagaba las cuentas AmEx de Hanna -ella no siempre estaba robando
cosas- y su costosa matrícula en el Rosewood Day.
—Tengo que irme —murmuró Sean.
—Deberías venir el sábado —Hanna ronroneó. —Mi madre va a estar todo el día en el spa.
—Te veré en la fiesta de Noel el viernes —dijo Sean. —Y sabes que es bastante difícil.
Hanna gimió. —Esto no tiene que ser difícil —dijo.
Él se inclinó y la besó. —Te veo mañana.
Después Sean salió, y ella enterró su rostro en el sofá. Salir con Sean aún se sentía como un sueño. Antes cuando Hanna era regordeta y patética, ella había adorado cuán alto y atlético era él, cómo siempre era muy agradable con los profesores y los chicos que eran menos geniales, y lo bien que vestía, no como un vagabundo daltoniano. A ella nunca dejó de gustarle él aún después de que se quitara los obstinados kilos de más y descubriera los productos para el cuidado del cabello. El año pasado en la escuela, ella casualmente le susurró a James Freed en el pasillo que le gustaba Sean. Y Colleen Rink le dijo tres períodos después que Sean iba a llamar a Hanna a su móvil esa noche después del fútbol. Fue otro momento en el que Hanna se enojó con Ali porque ella no estaba allí como testigo.
Habían sido pareja por siete meses y Hanna se sentía más enamorada de él que nunca. Ella aún no se lo había dicho -ella había mantenido eso para ella sola por años- pero ahora, estaba muy segura de que él también la amaba. ¿Y no era el sexo la mejor manera de expresar el amor?
Ese era el por qué lo de la promesa de virginidad no tenía sentido. No era como si los padres de Sean fueran demasiado religiosos, y eso estaba en contra de todas las nociones preconcebidas que Hanna tenía sobre los chicos. A pesar de cómo solía lucir, Hanna se mantenía a sí misma: con su cabello castaño profundo, cuerpo
curvilíneo, y perfecta -estamos hablando de ninguna espinilla, jamás- piel, ella era atractiva. ¿Quién no podría estar locamente enamorado de ella? Algunas veces se preguntaba si Sean era gay -él tenía un montón de ropa bonita- o si le tenía miedo a las vaginas.
Hanna llamó a su pinscher miniatura, Dot, a saltar sobre el sofá.
—¿Me extrañaste hoy? —ella chilló mientras Dot lamía su mano. Hanna había solicitado que dejaran que Dot fuera a la escuela en su gran bolso Prada -después de todo, todas las chicas en Beverly Hills lo hacían- pero en Rosewood Day se negaron. Así que para prevenir la ansiosa separación, Hanna le había comprado a Dot la más abrigada cama de Gucci que el dinero podía comprar y dejaba la televisión en el canal QVC
durante el día.
Su madre se dirigió hacia la sala, aún con su traje hecho a medida y sandalias color café con tacón Kitten —
Aquí está el sushi. —dijo la Sra. Marin.
Hanna la miró. —¿Rollos Toro?
—No lo sé. Traje un montón de cosas.
Hanna se dirigió a la cocina, tomando el portátil de su madre y el LG zumbó
—¿Ahora qué? —ladró la Sra. Marin en el teléfono.
Las pequeñas garras de Dot sonaron detrás de Hanna. Después de buscar en la bolsa, ella sacó un pedazo de sashimi amarillo, un rollo de anguila, y una pequeña taza de sopa miso.
—Bueno, hablé con los clientes esta mañana —Su madre entró a la cocina. —Ellos estaban felices entonces.
Hanna hundió delicadamente su rollo amarillo en alguna clase de salsa de soya y despreocupadamente lo pasó sobre un catálogo de J. Crew. Su mamá era la segunda al mando en la empresa de publicidad de Filadelfia, McManus & Tate, y su meta era ser la primer mujer presidente de la firma. Además de ser extremadamente exitosa y ambiciosa, la Sra. Marin era lo que los chicos en Rosewood Day podían llamar una MILF —ella tenía cabello largo rojodorado, piel suave, y un increíble y flexible cuerpo gracias a su ritual diario de yoga.
Hanna sabía que su madre no era perfecta, pero ella aún no entendía por qué sus padres se habían divorciado cuatro años atrás, o por qué su padre rápidamente empezó a salir con una mediocre enfermera de Emergencias en Annapolis, Maryland, llamada Isabel. Hablando de caer bajo. I
sabel tenía una hija adolescente, Kate, y el Sr. Marin le había dicho a Hanna que podría quererla. Unos meses después del divorcio, él había invitado a Hanna a Annapolis por el fin de semana. Nerviosa por conocer a su casi-hermanastra, Hanna le pidió a Ali acompañarla.
—No te preocupes, Han —le aseguró Ali. —Vamos a superar a cualquiera que sea esa chica Kate—. Cuando Hanna la miró, dudosa, ella le recordó a Hanna su frase favorita: ¡Yo soy Ali y soy fabulosa! Y eso sonaba casi estúpido ahora, pero en aquel entonces Hanna sólo podía imaginar lo que era sentirse tan segura. Tener a Ali allí era como una capa de seguridad –para probar a su papá que ella no era una perdedora que sólo quería escapar.
El día había sido una colisión de tren, de todos modos. Kate era la chica más linda que Hanna había conocido y su padre básicamente la había llamado cerda en frente de Kate. Él rápidamente había dado marcha atrás y dijo que era sólo una broma, pero esa había sido la última vez que ella lo había visto… Y la primera vez que ella se incitó a vomitar.
Pero Hanna odiaba pensar sobre cosas del pasado, así que ella raramente lo hacía. Además, ahora Hanna podía comerse con los ojos a las citas de su mamá y no de una manera tan ¿será-mi-nuevo-padre? ¿Y su padre le permitiría un toque de queda a las 2 AM y beber vino, al igual que su mamá lo hacía? Lo dudaba.
Su madre masculló en su teléfono cerrado y puso sus ojos verde esmeralda sobre Hanna.
—¿Esos son tus zapatos de regreso-a-la-escuela?
Hanna paró de masticar. —Sí.
La Sra. Marin asintió. —¿Recibiste muchos cumplidos?
Hanna giró su tobillo para inspeccionar sus tacones púrpuras. Tenía demasiado miedo a enfrentarse a la seguridad de Saks, así que realmente había pagado por ellos.
—Sí, los recibí.
—¿Te preocupa si los tomo prestados?
—Um, seguro. Si quie…
El teléfono de su mamá sonó de nuevo. Ella se abalanzó sobre él. —¿Carson? Sí. He estado buscándote toda la noche… ¿Qué diablos está pasando allí?
Hanna sopló su flequillo y alimentó a Dot con un pequeño pedazo de anguila. Mientras Dot escupía sobre el suelo, el timbre de la puerta sonó. Su madre ni siquiera retrocedió. Dot empezó a ladrar y su madre se puso de pie para cogerlo.
—Probablemente son niñas exploradoras otra vez.
Las Niñas Exploradoras habían venido tres días seguidos, tratando de venderles algunas galletas para la hora de cenar. Ellas eran fanáticas en ese vecindario. En cuestión de segundos, volvió a la cocina con un oficial de policía joven, con cabello castaño y ojos verdes detrás de ella.
—Este caballero dice que quiere hablar contigo—. En el broche dorado del bolsillo de su uniforme, sobre su pecho, se leía WILDEN.
—¿Yo? —Hanna se señaló a sí misma.
—¿Eres Hanna Marin? —preguntó Wilden. El walkie-talkie en su cinturón hizo un ruido.
De repente Hanna se dio cuenta de quién era ese hombre: Darren Wilden. Él había estado en último curso en Rosewood cuando ella estaba en séptimo. El Darren Wilden que ella recordaba supuestamente dormía con todas las chicas del equipo de salto y fue casi expulsado de la escuela por robar la clásica motocicleta Ducati
del director. Y este policía era definitivamente el mismo chico -esos ojos verdes eran difíciles de olvidar, incluso si habían pasado cuatro años desde que ella los había visto. Hanna esperaba que él fuera un stripper que Mona habían enviado como una broma.
—¿Qué es todo esto? —La Sra. Marin preguntó, mirando largamente a su móvil. — ¿Por qué está interrumpiendo nuestra cena?
—Recibimos una llamada de Tiffany’s— dijo Wilden. —Ellos te tienen en una grabación donde hurtas algunas cosas de su tienda. Las grabaciones de varias cámaras de seguridad del centro comercial te descubrieron fuera del centro comercial en tu auto. Seguimos la placa de licencia.
Hanna empezó a pellizcar el lado interior de su palma con sus uñas, algo que ella hacía cuando se sentía fuera de control.
—Hanna no haría eso —dijo la Sra. Marin. —¿Lo harías, Hanna?
Hanna abrió su boca para responder pero no salieron palabras. Su corazón estaba golpeando contra sus costillas.
—Mira —Wilden cruzó sus manos sobre su pecho. Hanna notó el arma en su cinturón. Parecía como un juguete. —Sólo necesito que vengas a la estación. Quizás no es nada.
—¡Estoy segura de que no es nada! —dijo la Sra. Marin. Entonces sacó su cartera Fendi de un bolso a juego. —¿Qué hace falta para que nos deje en paz para tener nuestra cena?
—Señora —Wilden sonó exasperado. —Debería venir conmigo, ¿bien? No tomará toda la noche. Lo prometo—. Él sonrió con esa sonrisa sexy de Darren Wilden que probablemente le había impedido ser expulsado de Rosewood.
—Bueno —dijo la mamá de Hanna. Ella y Wilden se miraron por un largo momento. —Déjeme tomar mi bolso.
Wilden se giró hacia Hanna. —Voy a tener que esposarte.
Hanna jadeó. —¿Esposarme? —. Bien, ahora eso era tonto. Sonaba falso, como algo que las gemelas de seis años de al lado podrían decirse entre ellas. Pero Wilden sacó unas esposas de acero reales y gentilmente las puso alrededor de sus muñecas. Hanna esperó que él no notara que sus manos estaban temblando.
Si sólo se tratara de un momento en que Wilden la ataba a la silla, ponía la vieja canción de los 70 “Hot Stuff” y se quitaba la ropa… Por desgracia, no lo era.
La estación de policía olía como a café quemado y madera muy vieja, porque, como la mayoría de los edificios municipales de Rosewood, era una antigua vía férrea a la mansión de un barón. Los policías revoloteaban alrededor de ella, tomando llamadas telefónicas, llenando formas, y deslizándose en sus pequeñas sillas con rueditas. Hanna medio esperaba ver a Mona allí, también, con su mamá y el Dior robado sobre su muñeca. Pero con una mirada al banco vacío supo que Mona no había sido atrapada.
La Sra. Marin se sentó muy rígida al lado de ella. Hanna se sintió inquieta; su mamá era usualmente muy indulgente, pero hasta entonces Hanna nunca había tomado nada del centro de la ciudad y había pasado algo así
Y entonces, muy tranquilamente, su madre se inclinó. —¿Qué fue lo que tomaste?
—¿Huh? —preguntó Hanna.
—¿Ese brazalete que estás usando?
Hanna bajó la mirada. Perfecto. Ella había olvidado quitárselo; el brazalete estaba girando en su muñeca a la vista. Ella lo empujó debajo de su manga. Sintió en sus orejas los pendientes; sip, los había tomado también hoy. ¡Hablando de estupidez!
—Dámelos —susurró su madre.
—¿Huh? —Hanna dijo con voz aguda.
La Sra. Marin extendió su mano. —Dámelos. Puedo encargarme de esto.
De mala gana, Hanna permitió que su madre desabrochara el brazalete de su muñeca. Entonces extendió las manos y se quitó los pendientes y los entregó también. La Sra. Marin ni siquiera retrocedió. Ella simplemente deslizó las joyas en su bolso y dobló sus manos sobre el broche de metal.
La chica rubia de Tiffany’s que había ayudado a Hanna con el precioso brazalete caminó por la sala. Tan pronto como vio a Hanna, sentada y abatida en el banco con las esposas aún en sus manos, ella asintió.
—Sí, es ella.
Darren Wilden miró a Hanna, y su mamá se levantó.
—Creo que aquí ha habido un error—. Ella caminó hasta el escritorio de Wilden. —Le entendí mal en la casa. Yo estaba con Hanna ese día. Compramos esas cosas. Tengo un recibo por ellas en casa.
La chica de Tiffany’s estrechó sus ojos con incredulidad. —¿Está sugiriendo que estoy mintiendo?
—No —dijo la Sra. Marin dulcemente. —Sólo creo que está confundida.
¿Qué estaba haciendo? Un pegajoso, incómodo, casi-culpable sentimiento se
deslizó en Hanna.
—¿Cómo explica las grabaciones de vigilancia? —Preguntó Wilden.
Su mamá se detuvo. Hanna miró un pequeño músculo en su cuello estremecerse. Entonces, antes de que Hanna pudiera pararla, ella llevó la mano a su bolso y sacó el botín.
—Esto fue todo por culpa mía —dijo. —No de Hanna.
La Sra. Marin se giró hacia Wilden. —Hanna y yo tuvimos una pelea sobre estas cosas. Yo le dije que no podía tenerlas. La llevé a esto. Ella nunca haría esto de nuevo. Yo me aseguraré de eso.
Hanna miró fijamente, aturdida. Ella y su mamá ni una sola vez discutieron en Tiffany’s, por no hablar de algo que ella podía o no tener.
Wilden sacudió su cabeza. —Señora, creo que su hija deberá realizar algo de servicio comunitario. Esa es usualmente la multa.
La Sra. Marin parpadeó, inocentemente —¿No podemos dejar que esto corra? ¿Por favor?
Wilden la miró por un largo momento, una esquina de su boca se curvó casi diabólicamente. —Siéntese —dijo finalmente. —Permítame ver qué puedo hacer.
Hanna miró a todas partes, menos en la dirección de su mamá. Wilden se encorvó sobre su escritorio. Tenía una figurilla del Jefe Wiggum de Los Simpson y un Slinky metálico. Él lamió su índice para girar las páginas de papel que estaba llenando. Hanna retrocedió. ¿Qué clase de papeles estaban allí? ¿No sería el periódico local de reporte de crímenes? Eso era malo. Muy malo.
Hanna movió su pie nerviosamente, teniendo una repentina urgencia por algo de Junior Mints. O quizás anacardos (frutos secos). Incluso la Slim Jims (snacks de carne o salchicha seca) sobre el escritorio de Wilden serviría.
Ella podía verlo: Todos lo averiguarían, y ella instantáneamente estaría sin amigos ni novio. A partir de ahí, habría retrocedido de nuevo a la estúpida Hanna de séptimo grado en evolución hacia atrás. Ella despertaría y su cabello estaría asqueroso, sucio y marrón de nuevo. Entonces sus dientes estarían torcidos y ella
tendría aparatos de nuevo. No le entraría ninguno de sus jeans. El resto sucedería espontáneamente. Ella pasaría su vida como gordita, fea, miserable, y pasada por alto, como solía ser.
—Tengo algo de loción si están irritándose tus muñecas —dijo a Sra. Marin, gesticulando hacia las esposas y hurgando en su bolso.
—Estoy bien —replicó Hanna, volviendo al presente.
Suspirando, sacó su Blackberry. Era difícil porque sus manos estaban esposadas, pero ella quería convencer a Sean de que él tenía que ir a su casa este sábado. De repente ella realmente quería saber lo que él quería. Mientras ella miraba fijamente la pantalla, un mensaje apareció en su bandeja de entrada. Ella lo abrió.
Hola Hanna,
Ya que la comida de prisión te hace engordar, ¿Ya sabes lo que Sean va a decir? ¿No es así?
—A
Ella estaba tan asustada que se paró, pensando en alguien que debería estar en la sala, mirándola. Pero allí no había nadie. Cerró sus ojos, tratando de pensar quién podría haber visto el carro de policía en su casa.
Wilden miró desde su escritorio. —¿Estás bien?
—Um —dijo Hanna. —Sí —se sentó lentamente. ¿No es así? ¿Qué diablos? Ella miró la dirección de la nota de nuevo, pero solo vio un revoltijo de letras y números.
Hanna —La Sra. Marin murmuró después de un momento. —Nadie necesita saber de esto.
Hanna parpadeó. —Oh. Sí. Estoy de acuerdo.
—Bien
Hanna tragó con fuerza. Excepto porque… alguien lo sabía.
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Nota de la traductora
*Línea de productos que se encarga del cuidado de la piel.
*American Express.
*Canal de compras por TV.
*Catálogo de ropa femenina.
*Catálogo de ropa femenina.
*Para Latinoamérica es el Jefe Gorgory.
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