Te dejamos un nuevo capítulo del libro Flawless, el capítulo 21.
Si te perdiste el capítulo anterior, lo podés leer aquí.
Para comenzar con la lectura, hacé clic en Más Información.
Capítulo 21: Algún Admirador Secreto.
El viernes por la mañana, Hanna estaba sentada en las gradas de fútbol, mirando al equipo de los chicos de Rosewood batallando con la Preparatoria Lansing. Sólo ella no podía realmente concentrarse. Sus uñas normalmente cuidadas estaban maltratadas, la piel alrededor de sus pulgares estaba sangrando por el picoteo nervioso, y sus ojos se habían vuelto muy rojos por el insomnio, parecía como si tuviera conjuntivitis. Debería estar escondiéndose en casa. Sentarse en las gradas era demasiado público.
Estaré observándote, había dicho “A”. Será mejor que hagas lo que digo.
Pero tal vez era como lo que los políticos decían sobre los ataques terroristas: Si uno se encierra en su casa, temeroso de que lo vayan a atacar, significaría que los terroristas ya han ganado. Ella se sentaría aquí y miraría el partido, como lo había hecho el último año y el año anterior a ese.
Pero después Hanna miró a su alrededor. Que alguien en verdad supiera sobre el Asunto de Jenna (y estuviera preparado para echarle la culpa a ella) la aterrorizaba. ¿Y si en verdad “A” se lo decía a su papá? No ahora. No cuando las cosas podrían estar mejorando. Estiró el cuello por millonésima vez hacia el campo, buscando a Mona. Mirando los juegos de chicos que eran una pequeña tradición Hanna-Mona; mezclaban SoCo con jarabe de dieta Dr Peppers del puesto de comidas y gritaban insultos sexys al equipo visitante. Pero Mona estaba AWOL. Desde su extraña pelea ayer en el centro comercial, Hanna y Mona no habían hablado.
Hanna alcanzó a ver una coleta rubia y una trenza roja y suelta y se encogió. Riley y Naomi habían llegado, y habían subido hasta un punto no muy lejano de donde estaba Hanna. El día de hoy, ambas chicas llevaban bolsos de cuero marca Chanel a juego y obviamente llevaban abrigos de tweed holgados al último grito de la moda, como si fuera un día frío de otoño y no uno veraniego de setenta y cinco grados (casi 24ºc). Cuando miraron en la dirección de Hanna, ella rápidamente fingió estar fascinada con el juego de fútbol, aunque no tenía ni idea de cómo estaba el marcador.
—Hanna parece gorda en ese traje —ella escuchó el susurro de Riley.
Hanna sintió sus mejillas calentarse. Miró fijamente su blusa de algodón C&C California estirada suavemente en su sección media. Probablemente estaba engordando, con todos los atracones nerviosos que había tenido esta semana.
Sólo que estaba resistiendo le tentación de mandar todo a volar, aunque, eso era lo que quería hacer ahora mismo.
Los equipos entraron en el entretiempo, y los chicos de Rosewood Day trotaron a sus bancos. Sean se dejó caer sobre la hierba y empezó a masajear su pantorrilla. Hanna vio una oportunidad y bajó los asientos metálicos de las gradas. Ayer, después que “A” le enviara el mensaje, no había llamado a Sean para decirle que no iba a ir a Foxy. Había estado demasiado traumatizada.
—Hanna —dijo Sean, viéndola de pie a su lado—. Hola —parecía tan hermoso como de costumbre, aunque su camiseta estaba teñida de sudor y su rostro necesitaba un afeitado—. ¿Cómo estás?
Hanna se sentó a su lado, metiendo sus piernas bajo ella y arreglando la falda plisada del uniforme alrededor suyo para que ningún jugador de futbol pudiera ver su ropa interior.
—Estoy… —tragó fuerte, tratando de echarse a llorar.nVolviéndome loca. Siendo torturada por “A”—. Entonces, uhm, escucha —ellanjuntó sus manos—. No voy a ir a Foxy.
—¿En serio? —Sean ladeó su cabeza—. ¿Por qué no? ¿Estás bien?
Hanna pasó sus manos por el césped de olor dulzón del campo de fútbol estrechamente recortado. Le había dicho a Sean la misma historia que le había dicho a Mona, que su padre había muerto.
—Es…complicado. Pero, uhm, pensé que debería decírtelo.
Sean desabrochó el Velcro de sus espinilleras y después lo apretó de nuevo. Por un breve segundo, Hanna tuvo un atisbo de sus perfectas y vigorosas pantorrillas. Por alguna razón, pensó que eran la parte más sexy de su cuerpo.
—Yo no podría ir, tampoco —dijo él.
—¿En serio? —preguntó ella, sorprendida.
Sean se encogió de hombros.
—Todos mis amigos van a ir con sus citas. Yo sería el único solo que iría.
—Oh —Hanna movió sus piernas fuera del camino del entrenador de fútbol, quien miraba fijamente su portapapeles, para que pudiera pasar. Quería pegarse a sí misma. ¿Eso quería decir que Sean había pensado en ella como su cita?
Sean resguardó sus ojos del sol y la miró.
—¿Estás bien? Pareces… triste.
Hanna ahuecó sus manos sobre sus rodillas desnudas. Necesitaba hablar con alguien de “A”. Salvo que no había manera.
—Sólo es cansancio —suspiró.
Sean tocó la muñeca de Hanna brevemente.
—Escucha. Quizás alguna noche de la próxima semana, podríamos ir a cenar. No sé…Tal vez deberíamos hablar de algunas cosas.
El corazón de Hanna dio un pequeño salto.
—Seguro. Suena bien.
—Genial —Sean sonrió, poniéndose de pie—. Nos vemos después, entonces.
La banda comenzó a tocar la canción de disputa de Rosewood Day, señalando que el descanso del equipo había terminado. Hanna volvió a subir a lo más alto de las gradas, sintiéndose un poco mejor. Cuando regresó a su asiento, Riley y Naomi la estaban mirando con curiosidad.
—¡Hanna! —gritó Naomi, cuando Hanna se encontró con su mirada—. ¡Hola!
—Hola —dijo Hanna, reuniendo toda la dulzura falsa de la que era capaz.
—¿Estabas hablando con Sean? —Naomi pasó su mano a través de su coleta rubia. Ella siempre acariciando obsesivamente su cabello—. Pensé que ustedes habían tenido una mala ruptura.
—No fue una mala ruptura —dijo Hanna—. Todavía somos amigos…y lo que sea que seamos.
Riley soltó una pequeña risa.
—Y tú rompiste con él, ¿verdad?
El estómago de Hanna dio un vuelco. ¿Alguien había dicho algo?
—Es verdad.
Naomi y Riley intercambiaron una mirada. Entonces Naomi dijo:
—¿Vas a ir a Foxy?
—En realidad, no —dijo Hanna altanera—. Me encontraré con mi padre en Le Bec-Fin.
—Ooh —se estremeció Naomi—. Escuché que Le Bec-Fin era, como, el lugar en el que las personas se encuentran cuando no quieren ser vistos.
—No, no lo es —el calor se elevó a la cara de Hanna—. Es, como, el mejor restaurante en Philly —comenzó a sentir pánico.
¿Le Bec-Fin había cambiado?
Naomi se encogió de hombros, su rostro impasible.
—Es lo que he oído, eso es todo.
—Sí —Riley abrió más sus ojos marrones—. Todos saben eso.
Y en ese instante, Hanna notó un pedazo de papel junto a ella en las gradas. Estaba doblado en forma de un avioncito y estaba cargado con una roca.
—¿Qué es eso? —llamó Naomi—. ¿Origami?
Hanna desenvolvió el avión y lo dio vuelta.
¡Hola nuevamente, Hanna! Quiero que les leas a Naomi y Riley de abajo como están
escritas. ¡Sin trampa! Y si no lo haces, todos sabrán la verdad sobre tú-sabes-qué. Eso
incluye a papi. —A
Hanna miró el párrafo siguiente, escrito en una caligrafía redondeada, y no familiar para ella.
—No. —Susurró, su corazón empezando a palpitar. Lo que “A” había escrito arruinaría su reputación por siempre.
Traté de meterme en los pantalones de Sean en la fiesta de Noel, pero en vez de eso él me dejó. Y, o si, me obligo a vomitar por lo menos tres veces al día.
—Hanna, ¿recibiste una carta de amuuuuuuuur? —susurró Riley—. ¿Es de un admirador secreto?
Hanna miró a Naomi y a Riley, en sus pequeñas faldas plisadas y suelas de taco. Ambas mirándola como lobos, como si pudieran oler su debilidad.
—¿Vieron quién puso esto aquí? —preguntó, pero se miraron de manera inexpresiva y se encogieron de hombros.
A continuación ella miró alrededor de las gradas de fútbol, a cada aglutinación de chicos, cada padre, incluso al conductor de autobús de Lansing en el estacionamiento, apoyado contra la parte trasera del autobús fumando un cigarrillo. Quienquiera que le estuviera haciendo esto tenía que estar aquí, ¿verdad? Riley y Naomi tendrían que saberlo al haber estado sentadas cerca de ella.
Miró a la nota otra vez. No podía decirles esto. De ninguna manera.
Pero entonces pensó en el momento final en que su papá le había preguntado del accidente de Jenna. Él se había sentado en su cama y había pasado un largo tiempo mirando los pulpos de media que Aria había hecho para ella.
—Hanna —finalmente dijo—. Estoy preocupado por ti. Júrame que ustedes no estaban jugando con fuegos artificiales la noche en que esa chica quedó ciega.
—Yo…yo no toque los fuegos artificiales —susurró Hanna. No fue una mentira.
Abajo en la cancha de fútbol, dos chicos Lansing estaban chocando sus manos en lo alto. En algún lugar bajo las gradas, alguien encendió un porro de marihuana; el olor a zorrino y musgo entraba a la nariz de Hanna. Arrugó el trozo de papel, se levantó, y, con su estómago revuelto, caminó hacia Naomi y Riley. Ellas alzaron la mirada, desconcertadas. La boca de Riley se quedó abierta. Su aliento, notó Hanna, apestaba como alguien que estaba en Atkins.
—Traté de meterme en los pantalones de Sean en la fiesta de Noel pero en vez de eso me dejó. —soltó Hanna. Tomó una respiración profunda. La parte no era exactamente la cierta, pero como sea—. Y…y me obligo a vomitar tres veces al día.
Las palabras salieron en un revoltijo rápido, ininteligible, y Hanna se dio la
vuelta rápidamente.
—¿Qué dijo? —escuchó a Riley susurrar, pero ella, desde luego no se iba a volver y aclararle.
Bajó las gradas, eludiendo a una madre que estaba llevando una precaria bandeja de sodas y palomitas. Buscó a alguien (cualquiera) que podría estar mirando atrás. Pero no había nada.
Ni una sola persona estaba sonriente o susurrando. Todos estaban mirando el fútbol de los chicos Rosewood Day avanzar hacia la meta de Lansing.
Pero “A” tenía que estar aquí. “A” tenía que estar mirando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario