Te traemos el capítulo 5 del libro Flawless.
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Capítulo 5: Una casa dividida.
Spencer se despertó en el suelo de su baño de arriba, sin idea de cómo había llegado hasta allí. El reloj de la radio de la ducha dijo 6:45 pm, y fuera de la ventana, el sol de la tarde proyectaba largas sombras en su patio. Seguía siendo lunes, el día del funeral de Ali. Ella se debía de haber dormido... y andado sonámbula. Ella solía ser una sonámbula crónica – se puso tan mal que en el séptimo grado, tuvo que pasar una noche en la Clínica de Evaluación de Sueño de la Universidad de Pensilvania con su cerebro conectado a electrodos. Los médicos dijeron que sólo era estrés.
Se levantó y se echó agua fría sobre la cara, mirándose en el espejo: pelo largo y rubio, ojos verde esmeralda, barbilla puntiaguda. Su piel era impecable y sus dientes estaban radiantemente blancos. Era absurdo que no se viera tan destrozada como se sentía.
Repasó la ecuación de nuevo en su cabeza: “A” sabía lo de Toby y “La Cosa de Jenna”.
Toby estaba de vuelta. Por lo tanto, Toby tenía que ser “A”. Y le estaba diciendo a Spencer que mantuviera la boca cerrada. Era la misma tortura de sexto grado, de nuevo.
Ella volvió a su dormitorio y apoyó la frente en la ventana. A su izquierda estaba el molino de viento privado de su familia—que hacía tiempo que había dejado de funcionar, pero a sus padres les encantaba como les daba a su propiedad un aspecto rústico, y auténtico. A su derecha, la cinta de No Traspasar todavía estaba sobre todo el DiLaurentis césped.
El santuario de Ali, que consistía en flores, velas, fotos, y otras chucherías en honor de Ali, había aumentado de tamaño, para tomar todo el callejón sin salida. Cruzando la calle desde allí estaba la casa de los Cavanaugh. Dos coches en el camino de entrada, una pelota de baloncesto en el patio, la bandera roja izada en el buzón. Desde el exterior, todo parecía tan normal. Pero por dentro...
Spencer cerró los ojos, recordando el mayo de séptimo grado, un año después de la Cosa de Jenna. Se había subió al tren de SEPTA destino a Philadelphia para encontrarse con Ali en la ciudad para ir de compras. Estaba tan ocupada enviando mensajes de texto a Ali sobre sus flamantes Sidekick que pasaron cinco o seis paradas antes de que ella notara que había alguien a través del pasillo. Era Toby. Mirándola fijamente.
Sus manos empezaron a temblar. Toby había estado de intercambio durante todo el año, por lo que Spencer no lo había visto en meses. Como de costumbre, su cabello caía le sobre los ojos y llevaba unos auriculares enormes, pero algo en él aquel día parecía más fuerte... Daba más miedo.
Todos los sentimientos de culpa, ansiedad sobre “La Cosa de Jenna” que Spencer había tratado de enterrar le inundaron de nuevo. Voy a atraparte. Ella no quería estar en el mismo coche de tren que él. Ella deslizó una pierna en el pasillo, luego la otra, pero el conductor salió bruscamente en su camino.
—¿Va a la calle Treinta o al Mercado Este? —resonó.
Spencer se echó atrás. —Treinta —susurró.
Cuando el conductor pasó, miró a Toby otra vez. Su rostro floreció en una enorme y siniestra sonrisa. Una fracción de segundo después, su boca se volvió impasible de nuevo, pero sus ojos decían, Tu. Solo. Espera.
Spencer se levantó disparada y se trasladó a otro coche. Ali estaba esperando en el andén de la calle Treinta, y cuando miraron hacia atrás al tren, Toby estaba mirándolas directamente.
—Veo que alguien ya salió de su pequeña prisión —dijo Ali con una sonrisa.
—Sí —Spencer trató de reírse—. Y él sigue siendo un perdedor con un P mayúscula.
Pero unas semanas más tarde, Ali desapareció. Y entonces no era tan divertido.
Un ruido como un silbido procedente del ordenador de Spencer la hizo saltar. Era su nueva alerta por e-mail. Ella camino con ritmo nervioso a su ordenador e hizo un doble clic en el nuevo mensaje.
Hola, amor. No he hablado contigo en dos días, y me estoy volviendo loco echándote de
menos. – Wren.
Spencer suspiró, una sensación de aleteo nervioso la atravesó. En el momento en que ella había puesto los ojos en Wren – su hermana lo llevó a conocer a sus padres en un restaurante familiar – algo le había pasado. Fue como... como si le hubiera puesto una maldición sobre ella el segundo en que se sentó en Moshulu, tomó un sorbo de vino tinto, y encontró sus ojos. Él era británico, exótico, ingenioso e inteligente, y le gustaban los mismos grupos indie que a Spencer. Solo que se equivocaba con su niñita de papa, remilgada-y-perfecta hermana Melissa. Pero era tan perfecto para Spencer. Ella lo sabía...y al parecer él también.
Antes de que Melissa los pillara besándose el viernes por la noche, ella y Wren habían experimentado unos increíbles veinte minutos de pasión. Pero debido al chivatazo de Melissa, y porque los padres de Spencer siempre se ponían de su parte, le prohibieron a Spencer ver a Wren nunca más. Ella se estaba volviendo loca echándole de menos, también, ¿pero que se suponía que iba a hacer?
Sintiéndose débil e inestable, bajó por las escaleras y pasó la larga, estrecha galería de arte donde su madre mostraba los paisajes de Thomas Cole que había heredado de su abuelo. Se metió en la espaciosa cocina de su familia. Sus padres la habían restaurado para que se viera justo como lo había hecho sobre 1800—excepto por las encimeras renovadas y electrodomésticos de última generación. Su familia estaba reunida en la mesa de la cocina alrededor de los paquetes de comida tailandesa para llevar.
Spencer vaciló en el umbral de la puerta. Ella no había hablado con ellos desde antes del funeral de Ali – ella condujo hasta allí sola y apenas los había visto después en el césped. En realidad, ella no había hablado con su familia desde que le regañaron sobre Wren hacía dos días, y ahora la habían rechazado de nuevo al empezar a cena sin ella. Y tenían compañía. Ian Thomas, antiguo novio de Melissa – y el primero de los ex de Melissa que Spencer había besado – estaba sentado en el que debería haber sido el asiento de Spencer.
—Oh —exclamó ella.
Ian fue el único que levantó la vista.
—¡Hey, Spence! ¿Cómo estás? —le preguntó, como si comiera en la cocina de los Hastings todos los días.
Ya era bastante difícil para Spencer que Ian fuera el entrenador de su equipo de hockey en Rose Wood – pero esto era raro.
—Estoy… bien —dijo Spencer, mirando socarronamente al resto de su familia, pero nadie la estaba mirando... o explicando por qué estaba Ian engullendo comida tailandesa en su cocina. Spencer acercó una silla de la esquina a la mesa y empezó a servirse una cucharada de pollo con hierbas de limón.
— Así que, uhm, Ian. ¿Vas a cenar con nosotros?
La Sra. Hastings la miró bruscamente. Spencer cerró la boca, un caliente, desagradable sentimiento la recorrió.
—Nos encontramos en la, eh, memoria —explicó Ian. Una sirena le interrumpió, e Ian dejó caer el tenedor. El ruido era más probable que viniera de la casa de DiLaurentis. Patrullas de la policía habían ido allí sin parar—. De locos, ¿eh? —dijo Ian, pasándose una mano por su rizado pelo rubio—. Yo no sabía que tantos coches de policía todavía estarían aquí.
Melissa le dio un ligero codazo.
—¿Ustedes tendrán grandes registros policiales, viviendo allí en la peligrosa California? Melissa e Ian habían roto porque él se había trasladado a la otra punta del país para ir a la universidad de Berkeley.
—Nah —dijo Ian. Antes de que pudiera continuar, Melissa, de la típica forma de Melissa, se había pasado a otra cosa: ella misma. Se volvió hacia la Sra. Hastings—. Así que, mamá, las flores del servicio tenían el mismo color del que quiero pintar las paredes de mi sala de estar.
Melissa alcanzó una revista de Martha Stewart Living y la abrió por una página marcada. Estaba constantemente hablando de renovaciones en su casa; estaba re decorando su casa de la ciudad de Philadelphia que sus padres le compraron como premio por entrar en el colegio de empresariales Warthon, de la Universidad de Pensilvania. Ellos nunca harían algo así por Spencer.
La Sra. Hastings se acercó para mirar.
—Encantador.
—Muy bonito —coincidió Ian.
Una risa incrédula escapó de la boca de Spencer. Hoy era el funeral en memoria de Alison DiLaurentis, ¿y todo en lo que podían pensar era hablar de colores de pintura?
Melissa se volvió a Spencer.
—¿Qué era eso?
—Bueno... quiero decir... —Spencer tartamudeó. Melissa parecía ofendida, como si Spencer acabara de decir algo realmente grosero. Ella giró nerviosamente el tenedor—.Olvídalo.
Hubo otro silencio. Incluso Ian parecía desconfiar de ella ahora. Su padre tomó un delicioso sorbo de vino.
—Verónica, ¿has visto a Liz allí?
—Sí, hablé con ella un rato —dijo la madre de Spencer—. Pensé que se veía fantástica… teniendo en cuenta… —por Liz, Spencer suponía que se referían a Elizabeth DiLaurentis, la tía más bien joven de Ali que vivía en la zona.
—Debe de ser terrible para ella —dijo Melissa solemnemente—. No me lo puedo imaginar.
Ian hizo un empático uhm. Spencer sintió temblar su labio inferior. Hola, ¿qué hay de mí Quería gritar. ¿No lo recuerdan? ¡Yo era la mejor amiga de Ali! Con cada minuto de silencio, Spencer se sentía más inoportuna. Ella esperó a que alguien le preguntara cómo se sostenía, ofrecerle un trozo de tempura frita, o al menos decirle: Bendita seas, cuando estornudó. Pero todavía estaban castigándola por besar a Wren. A pesar de que hoy era...hoy.
Un nudo se formó en su garganta. Ella estaba acostumbrada a ser la favorita de todos: sus profesores, sus entrenadores de hockey, su editor del anuario. Hasta su peluquera, Uri, dijo que era su clienta favorita porque su pelo tomaba tan bien el color. Ella había ganado toneladas de premios en la escuela y tenía 370 amigos en MySpace, sin contar grupos. Y mientras que ella nunca podría ser la favorita de sus padres—era imposible eclipsar a Melissa—ella no podía soportar que la odiaran. Especialmente no ahora, cuando todo lo demás en su vida era tan inestable.
Cuando Ian se levantó y se excusó para hacer una llamada telefónica, Spencer tomó aire profundamente.
—¿Melissa? —su voz se quebró.
Melissa levantó la vista, entonces volvió a empujar sus fideos tailandeses alrededor de su plato.
Spencer se aclaró la garganta.
—¿Puedes hacer el favor de hablarme?
Melissa apenas se encogió de hombros.
—Quiero decir, no puedo... no puedo soportar que me odies. Tenías toda la razón. Acerca de...ya sabes —sus manos se sacudían tan mal, las mantuvo acurrucadas bajo sus muslos. Disculparse la ponía nerviosa. Melissa cruzó las manos sobre sus revistas.
—Lo siento —dijo ella—. Creo que está fuera de la cuestión —ella se levantó y llevó su plato al fregadero.
—Pero… —Spencer tuvo una sacudida. Ella miró a sus padres—. Lo siento mucho, chicos...—ella sentía las lágrimas brotar de sus ojos.
La cara de su padre tenía un mínimo atisbo de simpatía, pero rápidamente desvió la mirada. Su madre rebañó el pollo con hierbas de limón que sobraba en un recipiente Tupperware. Se encogió de hombros.
—Has hecho tu cama, Spencer —dijo ella, levantándose y llevando las sobras a la enorme nevera de acero inoxidable.
—Pero…
—Spencer —el Sr. Hastings usó su voz de deja de hablar.
Spencer apretó su boca para cerrarla. Ian volvió con paso cómodo de nuevo a la habitación, una gran, estúpida sonrisa en su cara. Sintió la tensión y su sonrisa se marchitó.
—Vamos —Melissa se levantó y lo tomó del brazo—. Vayamos afuera por el postre.
—Claro —Ian dio una palmada en el hombro de Spencer—. ¿Spence? ¿Quieres venir?
Spencer no quería en realidad – y además Melissa le dio un codazo, al parecer ella no quería, tampoco, pero no tuvo la oportunidad de responder. La Sra. Hastings dijo rápidamente: —No, Ian, Spencer no va a tomar postre —su tono de voz era el mismo que usaba cuando reprendía a los perros.
—Gracias de todos modos —dijo Spencer, tragándose las lágrimas. Para convertirse en acero a sí misma, se llevó un enorme bocado de curry de mango a la boca. Sin embargo, se deslizó por su garganta antes de que pudiera tragar, la espesa salsa quemando mientras bajaba. Finalmente, después de hacer una serie de horribles ruidos, Spencer lo escupió sobre su servilleta. Pero cuando las lágrimas de sus ojos se despejaron, vio que sus padres no se habían acercado para asegurarse de que no se atragantaba. Ellos simplemente dejaron la habitación.
Spencer se secó los ojos y miró el pegote repugnante masticado, el mango lleno de saliva en la servilleta. Se veía exactamente igual que como se sentía por dentro.
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