martes, 8 de enero de 2013

Club de Lectura (2x08)


Te traemos el capítulo 8 del libro Flawless.
Si te perdiste el capítulo anterior, lo podés leer aquí.
Para comenzar con la lectura, hacé clic en Mas Información.





Capítulo 8: Incluso los típicos chicos de Rosewood buscan su alma.



El martes por la tarde, cuando Aria conducía a casa desde la escuela, al pasar el campo de lacrosse, reconoció la figura solitaria corriendo alrededor del área de meta, con el palo de lacrosse mecido delante de su cara. Él mantuvo los cambios de dirección y el deslizamiento en la fangosa y mojada hierba. Amenazadoras nubes grises se habían reunido arriba, y ahora empezaba a lloviznar.
Aria se detuvo. —Mike —no había visto a su hermano desde que había salido del Victory ayer.
Unas horas después, había llamado a casa diciendo que estaba cenando en casa de su amigo. Luego, llamo para decir que pasaría la noche allí. Su hermano levantó la vista del campo y frunció el ceño. 
—¿Qué?
—Ven aquí.
Mike caminó a través del muy corto, y sin malas hierbas a la vista, césped. 
Entra —le ordenó.
—Estoy practicando.
—No se puede evitar para siempre. Tenemos que hablar de ello.
— ¿Hablar de qué?
Levantó una ceja arqueada a la perfección. 
—Uhm… ¿Lo que vimos ayer? ¿En el bar?
Mike recogió una de las correas de cuero del palo de lacrosse. Las gotas de lluvia rebotan en la parte superior de su gorra Brine. 
—No sé de qué estás hablando.
— ¿Qué? —Aria entrecerró los ojos, pero Mike ni siquiera la miró.
— Está bien —dijo retrocediendo—. Sé un cobarde.
Entonces Mike envolvió la mano alrededor del marco de la ventana. 
—Yo... yo no sé lo que voy a hacer —dijo en voz baja.
Aria pisó el freno. 
—¿Qué?
—Si se divorcian, no sé lo que voy a hacer —repitió Mike. La vulnerable y avergonzada expresión en su cara le hacía parecer como si tuviera de diez años—. Soplarme hacia arriba, supongo.
Las lágrimas asomaron en sus ojos. 
—No va a pasar —dijo ella con voz trémula—. Te lo prometo.
Mike sorbió por la nariz. Alargó la mano hacia él, pero él se apartó y corrió por el campo.
Aria decidió irse, poco a poco bajando las curvas de la carretera mojada. La lluvia era su tipo favorito de clima. Le recordaba a los días de lluvia cuando tenía nueve años. Había ido furtivamente hacia el estacionamiento de su vecino, subido debajo de la lona, y acurrucado en una de las cabinas, escuchando el sonido de la lluvia golpeando el lienzo mientras escribía en su diario Hello Kitty. Sentía que pensar en esos días lluviosos podía hacerla sentir mejor, y ella necesitaba definitivamente pensar en eso ahora. Sus padres podían hablar de esto, Byron podría decir que no volvería a suceder, bla bla bla. Pero ahora que Meredith estaba de vuelta, lo cambió todo. Anoche, su padre no había vuelto a casa para la cena a causa de unos papeles que había en la clase, y Aria y su mamá se habían sentado en el sofá a ver ¡Jeopardy!, con cuencos de sopa en sus regazos. Las dos estaban en completo silencio. En realidad, ella tampoco sabía lo que haría si sus padres se divorciaban.
Subiendo una colina particularmente empinada, Aria aceleró el motor, su Subaru siempre necesitó un impulso extra en las pendientes. Pero en lugar de moverse hacia adelante, las luces interiores se apagaron, y el coche empezó a rodar hacia abajo de la colina.
—Mierda —susurró Aria, sacudiéndolo con el freno. 
Cuando intentó encenderlo de nuevo, el coche ni siquiera se puso en marcha. Miró hacia abajo, los dos carriles de la carretera estaban vacíos. La tormenta estalló en las alturas, y la lluvia comenzó a lanzarse desde el cielo. 
Aria buscó en su bolso, pensando que tenía que llamar a una grúa o a sus padres para que la recogieran, pero después de fijarse en la parte inferior, se dio cuenta que había dejado su Treo en casa.
La lluvia caía con tal violencia, que el parabrisas y las ventanas estaban
borrosos.
—Oh, Dios —susurró Aria, con sensación claustrofóbica. Manchas se formaron frente a sus ojos.
Aria conocía esa sensación de ansiedad, era un ataque de pánico. Los había tenido un par de veces antes. Uno de ellos fue después de lo de Jenna, uno después de la desaparición de Ali, y otro cuando caminaba por Laugavegur Street, en Reykjavík, y había visto a una chica en una cartelera que era exactamente como Meredith.
Calma, se dijo. Es sólo lluvia. Tomó una respiración de limpieza, se metió los dedos en las orejas, y comenzó a cantar “Frère Jacques”, y por alguna razón, la versión francesa funcionó. Después de tres rondas, las manchas comenzaron a desaparecer. La lluvia había pasado de fuerza-huracán a simplemente torrencial. Lo que tenía que hacer era caminar de regreso a la granja por la que había pasado y pedir usar un teléfono. Abrió la puerta del coche, sostuvo su chaqueta de Rosewood Day sobre su cabeza, y echó a correr.
Una ráfaga de viento levantó su minifalda, y se paró en un charco fangoso enorme. El agua se filtraba a través de las cintas de gasa de sus sandalias de tacón. 
—Maldita sea —murmuró.
Estaba sólo a un centenar de metros del caserío cuando apareció un Audi de color azul marino. Salpicó una ola de agua del charco a Aria, pero se detuvo en mitad del camino hasta el Subaru. Lentamente retrocedió hasta que estuvo justo al lado de ella. La ventana del conductor se deslizó hacia abajo. 
—¿Estás bien?
Aria entrecerró los ojos, gotas de lluvia estaban goteando desde la punta de su nariz. Saliendo del lado del conductor estaba Sean Ackard, un chico de su clase.
Él era un típico chico de Rosewood: el polo crujiente, la piel hidratada, características Todo-Americano, con un coche caro. Sólo que él jugaba al fútbol, no al lacrosse. No es el tipo de persona que quería ver en este momento.
—Estoy bien —gritó.
—En realidad, estás empapada. ¿Necesitas que te lleve?
Aria estaba muy mojada, se sentía como si su cara estuviera podándose. El coche de Sean parecía seco y confortable. Así que se deslizó en el asiento del pasajero y cerró la puerta.
Sean le dijo de tirase la chaqueta empapada en la parte trasera. Entonces, él se acercó y subió la calefacción.
—¿A dónde?
Aria empujó hacia abajo su flequillo desmechado negro mate. 
—En realidad,sólo voy a usar tu teléfono y luego estaré fuera de tu camino.
—Está bien —Sean excavó en su mochila para encontrarlo.
Aria se sentó y miró a su alrededor. Sean no había plagado su coche con pegatinas de bandas como algunos chicos habían hecho, y el interior no olía a sudor. En su lugar, olía como a una combinación de pan y perro recién lavado con champú. Dos libros estaban en el suelo del lado del pasajero: “Zen y el Arte del Mantenimiento de la Motocicleta” y “El Tao de Pooh”.
—¿Te gusta la filosofía? —dijo mientras movía sus piernas para no mojarlos.
Sean agachó la cabeza. 
—Bueno, sí —parecía avergonzado.
—Yo también he leído esos libros —dijo Aria—. También me puse con los filósofos franceses este verano, cuando estaba en Islandia —hizo una pausa.
Nunca había hablado realmente con Sean. Antes de irse, los chicos de Rosewood estaban aterrorizados de ella, probablemente fue porque los odiaba—. Yo, uhm, fui a Islandia durante un tiempo. Mi papá tenía un año sabático.
—Lo sé —Sean le dedicó una sonrisa torcida.
Aria miró sus manos. —Oh —hubo una pausa incómoda. El único sonido era el de la lluvia precipitándose en el parabrisas y el “whaps” rítmico del limpiaparabrisas.
—¿Así que lees, como, Camus y esas cosas? —preguntó Sean. Cuando Aria asintió con la cabeza, él hizo una mueca. —Leí “El Extraño” este verano.
—¿En serio? —la barbilla de Aria sobresalía en el aire, seguro que no lo había entendido. ¿Cómo sería un típico chico de Rosewood que lee libros de filosofía profunda de todos modos? Si esto fuera una analogía SAT, sería “Típico chico de Rosewood: lectura de filósofos franceses” y “Turistas estadounidenses en Islandia: comiendo en cualquier lugar, pero no en McDonald's.” Simplemente no sucedía.
Cuando Sean no respondió, ella llamó al número de su casa con su teléfono. El timbre sonó y sonó, no pasó al buzón de voz, ya que no habían conectado aún el contestador automático. Luego llamó a su papá al número de la escuela que era de hace casi cinco años. El timbre sonó y sonó también.
Las escenas comenzaron a pasar delante de los ojos de Aria cuando se imaginaba que podía ser... o que podía estar con ella. Se inclinó sobre sus piernas desnudas, tratando de respirar profundo. Frère Jacques, gritaba en silencio.
—Whoa —dijo Sean, con su voz sonando muy lejos.
—Estoy bien —dijo Aria, la voz ahogada en sus piernas. —Sólo tengo que...
Oyó a Sean ir a tientas. Luego puso una bolsa de Burger King en sus manos. 
Respira en esto. Creo que hay algunas papas fritas ahí. Lo siento.
Aria colocó la bolsa sobre su boca y la infló y desinfló lentamente. La mano de Sean en la mitad de su espalda se sentía cálida. Lentamente, el vértigo comenzó a desvanecerse. Cuando levantó la cabeza, miró a Sean con ansiedad.
—¿Ataques de pánico? —preguntó. —Mi madrastra los sufre. La bolsa siempre funciona.
Aria arrugó la bolsa en su regazo. 
—Gracias.
—¿Te preocupa algo?
Aria negó con la cabeza rápidamente. 
—No, estoy bien.
—Vamos —dijo Sean—. ¿No es por eso por lo que las personas tienen ataques de pánico?
Aria apretó los labios. 
—Es complicado —dijo, mientras pensaba desde cuando los típicos chicos de Rosewood se interesan en las chicas con problemas extraños.
Sean se encogió de hombros. 
—Tú fuiste amiga de Alison DiLaurentis, ¿verdad?
Aria asintió con la cabeza.
—¿Es raro, no?
—Sí —ella despejó su garganta—. Aunque, bueno, no es raro en la manera en que tú lo podrías pensar. Quiero decir, es extraño de esa manera, pero es raro de otras formas también.
—¿Al igual que como?
Ella se movió, su ropa interior mojada estaba empezando a picar. Hoy en la escuela se había sentido como si todo el mundo estuviese hablando en susurros infantiles. ¿Pensaban que si hablaban en un volumen de personas normales, Aria se rompería instantáneamente?
—Sólo quiero que todos me dejen en paz —logró decir. —Al igual que la semana pasada.
Sean sacudió el ambientador de aire de pino que colgaba del espejo retrovisor, balanceándose. 
—Sé lo que quieres decir. Cuando mi mamá murió, todo el mundo pensaba que si tenía un segundo para mí, lo perdería.
Aria se enderezó. 
—¿Tú mamá murió?
Sean la miró. 
—Sí. Fue hace mucho tiempo. En cuarto grado.
—Oh —Aria trató de recordar al Sean de cuarto grado. Sabía que había sido uno de los más guapos en la clase de los niños, y que había estado en el equipo de fútbol un montón de veces, pero eso fue todo. Ella se sentía mal por ser tan ajena—. Lo siento.
Se produjo un silencio pesado. Aria cruzó y descruzó las piernas desnudas. El coche había empezado a oler como a falda de lana mojada.
—Fue duro —dijo Sean—. Mi papá pasó por todas esas amigas. Ni siquiera me gustaba mi madrastra en un principio. Pero me acostumbré a ella.
Aria sentía que de sus ojos brotaban lágrimas. No quería acostumbrarse a saber que su familia se había modificado.
Sean se inclinó hacia delante. 
—¿Seguro que no puedes hablar de ello?
Aria se encogió de hombros. 
—Se supone que es un secreto.
—Te diré algo. ¿Qué tal si tú me cuentas tu secreto y yo te digo el mío?
—Está bien —Aria estuvo rápidamente de acuerdo. La verdad era que se moría por hablar de esto. Ella se lo habría admitido a sus viejas amigas, pero eran muy herméticas sobre sus secretos propios, lo que la hizo sentir aún más rara para revelar los suyos—. Pero no puedes decir nada.
—Absolutamente.
Aria le habló de Byron y ella, de Meredith, y de lo que ella y Mike habían visto en el bar ayer. Esto sólo hizo que todo se vierta al exterior. 
—No sé qué hacer —concluyó ella—. Siento que tengo que mantenernos a todos juntos.
Sean estaba en silencio, y ella tenía miedo de que no la estuviese escuchando. Pero entonces, levantó la cabeza. 
—Tu papá no debe ponerte en esa posición.
—Sí, bueno —Aria miró a Sean. 
A pesar de la camisa metida dentro de sus pantalones cortos de color caqui, era muy lindo. Tenía los labios de color rosa real y nudosas manos, con los dedos imperfectos. Por la forma en que la camisa de polo encajaba cómodamente contra su pecho, ella supuso que era en el fútbol el chico top de la punta. De repente, se sintió increíblemente consciente de sí misma. —Es fácil hablar contigo —dijo Aria con timidez, mirando a sus rodillas desnudas. Se le habían olvidado unos cuantos bellos de las rodillas al depilarse.
Por lo general, no importaba, pero tenía una especie de timidez ahora—. Así que, bueno, gracias.
—Claro que sí —cuando Sean sonrió, sus ojos se veían rizados y calientes.
—Definitivamente no es como me imaginaba pasando mi tarde —agregó Aria.
La lluvia seguía cayendo sobre el parabrisas, pero el coche se había puesto realmente caliente mientras ella había estado hablando.
—Yo tampoco —Sean miró por la ventana. La lluvia había comenzado a disminuir—. Pero... no sé. Es agradable, ¿no?
Aria se encogió de hombros. Entonces recordó. 
—Oye, tú me prometiste un secreto. Más vale que sea bueno.
—Bueno, no sé si es bueno —Sean se inclinó hacia Aria, y ella se movió más cerca.
Por un loco segundo, pensó que podría besarlo.
—Estoy en el Club V —susurró él. Su aliento olía a Altoids—. ¿Sabes qué es eso?
—Supongo —Aria trató de no retorcer sus labios en una mueca—.Es no tener sexo hasta el matrimonio, ¿no?
—Sí —Sean se echó hacia atrás. —Así que... soy virgen. Excepto que...no sé si quiero seguir siéndolo.

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