El nombre que utiliza Troian Bellisario para
su Tumblr “Katurian Katurian Katurian” proviene de un libro escrito por Martin
McDonagh llamado “El hombre almohada”, donde el personaje principal Katurian K.
Katurian, un escritor de novelas policíacas, es interrogado por la similitud
que contienen una serie de cuentos que él narra, con muertes atroces y
suicidios de niños sucedidos en esa época. Uno de los cuentos que se relatan en
la obra es el que le da el nombre a la misma:
El hombre almohada
El hombre almohada
Había una vez un hombre que no lucía como un hombre normal.
Medía alrededor de nueve pies de altura y estaba hecho enteramente de mullidas
y rosas almohadas. Sus brazos eran almohadas, su cuerpo era una almohada, sus
dedos eran pequeñas y finas almohadas. Incluso su cabeza era una gran y redonda
almohada. En su cara tenía dos botones como ojos y una gran y sonriente sonrisa
que estaba siempre sonriendo por lo que siempre podías ver sus dientes, los
cuales eran también almohadas. El Hombre-Almohada tenía que lucir así, tenía que
lucir suave y seguro porque su trabajo era muy triste y difícil.
Verán, cada vez que una mujer o un hombre tuvieran una
triste y horrible vida y sólo quisiera terminar con ella, solo terminar con sus
vidas, terminar con todo el dolor; bueno, justo cuando estuvieran a punto de
hacer eso, ya sea a partir de gas, a partir de una afeitadora , a partir de una
bala, o de cualquier método de suicidio preferido – “preferido” es
probablemente la palabra equivocada en este caso, pero de todos modos, sea como
sea que estén a punto de hacerlo, el Hombre-Almohada iría a por ellos. Se
sentaría delante de ellos, los abrazaría gentilmente y les diría “Ahora espera
un minuto” y el tiempo se iría deteniendo extrañamente y, al tiempo que se
detenía, irían volviendo a la época cuando ese hombre o esa mujer eran sólo un
pequeño niño o una pequeña niña y la vida de horror con la que habían cargado
todavía no había empezado.
Y como verán, el trabajo del Hombre-Almohada era uno muy
triste, porque su trabajo era conducir a los niños al suicidio y así evitarles
los años de dolor que sólo terminarían en el mismo lugar, de cualquier forma –
frente a un río, frente a una pistola, frente a una afeitadora.- “Pero nunca
escuché sobre un niño suicidándose” podrías decir. Pero el Hombre-Almohada
siempre les sugería a los niños hacerlo de manera que lo hicieran parecer como
un trágico accidente; les mostraba el tarro de pastillas que lucían como
caramelos, les mostraba la parte del río donde el hielo estaba más frágil, les
mostraba la bolsa de plástico que no tenía hoyos para respirar, y exactamente
cómo ajustarla. Porque para las madres y los padres era más fácil aceptar la
idea de que perdían a su hijo de cinco años en un trágico accidente, que
aceptar la idea de un hijo de cinco años que había visto cuán jodida puede ser
la vida y decidía salvarse.
Pero no todos los chicos estaban de acuerdo con lo que decía
el Hombre-Almohada. Hubo una pequeña niña, una pequeña y feliz personita, quien
no le creyó al Hombre-Almohada cuando le contó que la vida podía ser horrenda y
que su vida sería así, y ella lo echó y él se fue llorando, llorando mucho, con
triste lágrimas que hacían gigantes charcos. A la noche siguiente alguien golpeó
otra vez a la puerta y ella dijo “Vete hombre almohada, ya te lo he dicho, soy
feliz, siempre fui feliz y siempre seré feliz”. Pero no era el Hombre-Almohada.
Era otro hombre, y su mamá no estaba en casa, y este hombre la visitaría cada
vez que su madre no se encontrara en casa, y pronto la niña se volvió muy
triste, y cuando se sentó frente al horno a la edad de veinticinco años, ella
le dijo al Hombre-Almohada “¿Por qué no trataste de convencerme?” a lo que el
Hombre-Almohada respondió “Traté de convencerte, pero tú estabas demasiado
feliz” y mientras ella encendía el horno lo más alto que pudo, ella decía “Pero
nunca he sido feliz. Nunca he sido feliz”.
Bueno, verán, cuando el Hombre-Almohada tenía éxito en su trabajo,
un pequeño niño moriría de forma horrible. Y cuando el Hombre-Almohada no lo
lograba, un pequeño niño tendría una vida horrible, se convertiría en adulto,
quien también tendría una vida horrible y moriría de forma horrible. Así que el
Hombre-Almohada, tan grande como era y tan mullido como era, estuvo dando
vueltas y llorando todo el día. Su casa estaba llena de charcos por todas
partes, así que decidió hacer un último trabajo, y sólo eso.
Así que fue a un pequeño arroyo que recordaba de un tiempo
atrás y llevo una pequeña lata llena de nafta consigo, encontró un viejo árbol debajo
del cual se sentó por un rato a esperar y había pequeños juguetes debajo de él.
Vio una casa rodante y oyó que la puerta se abría, unos pequeños pasos saliendo
de ella y la voz de un niño que decía “Solo estoy saliendo a jugar, mamá” y la
madre respondió “Bueno, no llegues tarde para la hora de tu merienda, hijo”,
“No lo haré, mamá” y el Hombre-Almohada oyó que los pequeños pasos del niño se
acercaban y las ramas del árbol se separaban, y al final no era un pequeño
niño, era un pequeño Niño-Almohada.
Y el Niño-Almohada dijo “Hola” al Hombre-Almohada, y el
Hombre-Almohada dijo “Hola” al Niño-Almohada, y ambos jugaron con los juguetes
por un rato. Y el Hombre-Almohada le contó sobre su triste trabajo y los niños
muertos de todo tipo, y el Niño-Almohada entendió al instante, porque él era un
niño tan feliz y todo lo que quería hacer era ayudar gente. Volcó toda la lata
de nafta sobre sí mismo y su boca sonriente seguía sonriendo, y el
Hombre-Almohada a través de las lágrimas dijo “Gracias” al Niño-Almohada, y el
Niño-Almohada dijo “No hay problema, ¿le podrías decir a mi mamá que no voy a
tener mi merienda esta tarde?” y el Hombre-Almohada respondió “Sí, lo haré”
mintiendo. Y el Niño-Almohada encendió un fósforo, mientras el Hombre-Almohada
se quedaba sentado allí, mirando cómo se prendía fuego y mientras el
Hombre-Almohada comenzaba gentilmente a
alejarse. La última cosa que pudo ver fue la boca sonriente del Niño-Almohada
desapareciendo, convirtiéndose en nada.
Eso fue lo último que vio, lo último que escuchó fue algo
que ni siquiera había contemplado. Lo último que escucho fueron los gritos de
los cientos miles de niños a los que él ayudó a suicidarse, volviendo a la vida
y empezando a atravesar las frías y miserables vidas a las que fueron
destinados, porque él no estuvo cerca para prevenirlos, escuchando también los
gritos de sus tristes y autoinflingidas muertes, que esta vez, por supuesto,
serían conducidas enteramente solos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario