Estamos otra vez para darte la cuota diaria de PLL, esta vez les traemos los capítulos 31 y 32.
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Nota de la traductora
*Hell is Other People: No Existe, es una obra existencialista Francesa creada por Jean-Paul Sartre.
Trata de una descripción de la vida después de la muerte en la que tres difuntos personajes son
castigados para ser encerrados en un cuarto juntos para la eternidad, y es la fuente de la frase más
famosa de Sartre “l'enfer, c'est les autres” (“Hell is other people”)
*Xanax: Medicamento contra la ansiedad.
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Capítulo 31: Hell is Other People.*
Byron Montgomery tomó un sorbo de su café y encendió flojamente si pipa.
—La encontraron cuando estaban excavando el bloque de concreto en el
patio trasero de DiLaurentis para hacer una cancha de tenis.
—Estaba debajo del concreto —saltó Ella. —Supieron que era ella por el anillo que
estaba usando. Pero están haciendo pruebas de ADN para asegurarse.
Aria sentía como si un puño le hubiera golpeado en el estómago. Recordaba el
anillo de Ali firmado con sus iniciales en oro blanco. Los padres de Ali lo habían
conseguido para ella en Tiffany’s cuando tenía diez después de que le sacaran las
amígdalas. A Ali le gustaba usarlo en el meñique.
—¿Por qué tienen que hacerle pruebas de ADN? —preguntó Mike. —¿Estaba toda
descompuesta?
—¡Michelangelo! —Byron frunció el ceño. —Esa no fue una cosa muy sensible de
decir en frente de tu hermana.
Mike se encogió de hombros y se metió un pedazo de ácida manzana verde Bubble
Tape en su boca. Aria estaba sentada en frente de él, las lágrimas silenciosamente
caían por sus mejillas, desenredando distraídamente la orilla de un individual roto.
Eran las 2 p.m., y estaban sentados en la mesa de la cocina.
—Puedo manejarlo —la garganta de Aria se cerró. —¿Estaba descompuesta?
Sus padres se miraron mutuamente. —Bueno, si —dijo su padre, rascándose el
pecho a través de un pequeño agujero en su camiseta. —Los cuerpos se
desintegran bastante rápido.
—Enfermo —susurró Mike.
Aria cerró sus ojos. Alison estaba muerta. Su cuerpo estaba podrido. Alguien
probablemente la había asesinado.
—¿Cariño? —preguntó Ella calladamente, poniendo sus manos sobre las de Aria.
—Cariño, ¿estás bien?
—No lo sé —murmuró Aria, intentando no comenzar a berrear de nuevo.
—¿Te gustaría un Xanax*? —preguntó Byron.
Aria negó con la cabeza.
—Tomaré un Xanax —dijo Mike rápidamente.
Aria mordió nerviosamente el lado de su pulgar. Su cuerpo se sentía caliente y
luego frío. No sabía qué hacer o qué pensar. La única persona que pensaba que
podría hacerla sentir mejor era Ezra; pensaba que podría explicarle todos sus
sentimientos a él. Al menos, la dejaría acurrucarse en su futón de tela de jeans y
llorar.
Echando su silla para atrás, se levantó para ir a su habitación. Byron y Ella
intercambiaron miradas y la siguieron a la escalera en espiral.
—¿Querida? —preguntó Ella. —¿Qué podemos hacer?
Pero Aria los ignoró y se dirigió hacia la puerta de su cuarto. Su habitación era un
desastre. Aria no había limpiado desde que habían regresado de Islandia, y para
empezar no era la chica más ordenada del mundo. Su ropa estaba toda tirada sobre
el piso en montones desorganizados. Sobre su cama habían CDs, las lentejuelas
que había usado para hacer un sombrero bordeado con cuentas, pinturas al agua,
naipes, Pigtunia, líneas de dibujo del perfil de Ezra, varias madejas de hilo. La
alfombra tenía una gran mancha de cera de vela roja sobre ella. Buscó entre las
cobijas de su cama y en la superficie de su escritorio por su Theo —lo necesitaba
para llamar a Ezra. Pero no estaba ahí. Revisó el bolso verde que había llevado a la
fiesta la noche pasada, pero su teléfono no estaba en el tampoco.
Entonces lo recordó. Después de que había recibido ese mensaje, había dejado caer
el teléfono como si fuera venenoso. Debió haberlo dejado atrás.
Bajó rápidamente por las escaleras. Sus padres todavía estaban en el descanso de
las escaleras.
—Voy a tomar el coche —masculló, agarrando las llaves por la argolla de la mesa
del recibidor.
—Está bien —dijo su padre.
—Tómate tu tiempo —añadió su madre.
Alguien había mantenido abierta la puerta principal de la casa Ezra con una larga
escultura de metal de un terrier. Aria dio un paso alrededor de eso y caminó por el
pasillo. Golpeó la puerta de Ezra. Tenía la misma sensación que tenía cuando tenía
que ir al baño urgentemente —quizás sea una tortura, pero sabes que muy pronto,
vas a sentirte todo un infierno mejor.
Ezra abrió de un empujón la puerta. Tan pronto como la vio, intentó cerrarla otra
vez.
—Espera —chilló Aria, su voz todavía llena de lágrimas. Ezra retrocedió hacia su
cocina, de espaldas a ella. Lo siguió dentro, Ezra se dio la vuelta para encararla.
Estaba sin afeitar y lucía exhausto. —¿Qué estás haciendo aquí?
Aria mordió su labio. —Estoy aquí para verte. Tengo algunas noticias... —Su Theo
estaba en el aparador. Lo recogió. —Gracias. Lo encontraste.
Ezra miró encolerizadamente hacia el Theo. —Bueno, lo tienes. ¿Ahora puedes
irte?
—¿Qué pasa? —Caminó hacia él. —Tengo esta noticia. Tengo que ver...
—Si, yo también tengo algunas noticias —la interrumpió. Ezra se alejó de ella. —
De verdad, Aria. No puedo... ni siquiera puedo mirarte.
Lágrimas brotaban de sus ojos. —¿Qué? —Aria lo miró fijamente, confundida.
Ezra bajó la vista. —Descubrí lo que decías sobre mí en tu teléfono.
Ariana arrugó las cejas. —¿Mi teléfono?
Ezra levantó la cabeza. Sus ojos brillaban de rabia. —¿Crees que soy estúpido?
¿Qué todo esto es un juego? ¿Un reto?
—¿Qué estás...?
Ezra suspiró enfadadamente. —Bueno, ¿sabes qué? Me tienes. ¿Está bien? Soy el
peso de tu gran broma. ¿Estás feliz? Ahora vete.
—No entiendo —dijo estrepitosamente Aria.
Ezra golpeó la pared con la palma de su mano. La fuerza de esto hizo saltar a Aria.
—¡No te hagas la tonta! ¡No soy algún chico, Aria!
Todo el cuerpo de Aria empezó a temblar. —Lo juro por Dios, no sé de lo que estás
hablando. Puedes explicarme, ¿por favor? ¡Estoy un poco desmoronándome aquí!
Ezra despegó su mano de la pared y comenzó a pasearse por la pequeña
habitación. —Bien. Después de que te fuiste, intenté dormir. Había este... este
pitido. ¿Sabes qué era? —Señaló hacia su Theo. —Tú teléfono. La única forma de
callarlo era abriendo tus mensajes de texto.
Aria se secó los ojos.
Ezra cruzó los brazos sobre su pecho. —¿Puedo citártelos?
Entonces Aria comprendió. Los mensajes. —¡Espera! ¡No! ¡No entiendes!
Ezra tembló. —¿Conferencia alumno-profesor? ¿Créditos extra? ¿Eso te suena
familiar?
—No, Ezra —balbuceó Aria. —No entiendes. —El mundo estaba girando. Aria se
agarró del borde de la mesa de la cocina de Ezra.
—Estoy esperando —dijo Ezra.
—Esa amiga mía fue asesinada —comenzó. —Acaban de encontrar su cuerpo. —
Aria abrió la boca para decir más, pero no pudo encontrar las palabras. Ezra se
paró en el punto de la habitación más alejado a ella, detrás de la bañera.
—Todo esto es tan tonto —dijo Aria. —¿Puedes venir aquí por favor? ¿Al menos
puedes abrazarme?
Ezra cruzó los brazos sobre su pecho y bajó la vista. Se quedó de esa manera por lo
que se sintió como un largo tiempo. —De verdad me gustas —dijo finalmente, con
la voz ronca.
Aria contuvo un sollozo. —De verdad me gustas, también... —Caminó hacia él.
Pero Ezra se alejó. —No. Tienes que irte de aquí.
—Pero...
Ezra puso la mano sobre su boca. —Por favor —dijo un poco desesperado. —Por
favor, vete.
Aria amplió sus ojos y su corazón comenzó golpear con fuerza. Las alarmas se
dispararon en su cabeza. Eso se sentía... mal. En un impulso, mordió la mano de
Ezra.
—¿Qué mierda? —chilló, alejándose.
Aria retrocedió, aturdida. Sangre goteaba de la mano de Ezra hacia el piso.
—¡Estás demente! —gritó Ezra.
Aria respiró pesadamente. No podía hablar aún si quisiera. Entonces se dio la
vuelta y corrió hacia la puerta. Cuando su mano giró el picaporte, algo chilló
delante de ella, rebotando de la pared, y aterrizando al lado de su pie. Era una
copia de El ser y la nada de Jean-Paul Sartre. Aria se volvió hacia Ezra, con la boca
abierta por la sorpresa.
—¡Vete! —tronó Ezra.
Aria cerró de golpe la puerta detrás de ella. Se precipitó a través del césped tan
rápido como la podían llevar sus piernas.
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Nota de la traductora
*Hell is Other People: No Existe, es una obra existencialista Francesa creada por Jean-Paul Sartre.
Trata de una descripción de la vida después de la muerte en la que tres difuntos personajes son
castigados para ser encerrados en un cuarto juntos para la eternidad, y es la fuente de la frase más
famosa de Sartre “l'enfer, c'est les autres” (“Hell is other people”)
*Xanax: Medicamento contra la ansiedad.
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Capítulo 32: Una estrella caída.
Al día siguiente, Spencer estaba en su vieja habitación, junto a su ventana
fumando un Marlboro y mirando a través del césped en el viejo
dormitorio de Alison. Era oscuro y vacío. Entonces, sus ojos se movieron
hacia la yarda de los DiLaurentis. Las luces intermitentes no se habían parado ya
que ellos la habían encontraron.
La policía había puesto una cinta de NO CRUCE alrededor del patio trasero de
Alison, aún cuando ellos ya hubieran quitado su cuerpo del suelo. Ellos habían
puesto enormes tiendas alrededor del área y mientras lo hacían Spencer no lograba
verlo muy bien. Ella no hubiera querido esto. Era horrible pensar que el cuerpo de
Ali que había estado siempre a su lado, se pudriera en el suelo durante tres años.
Spencer recordó la construcción antes de que Ali desapareciera. Cavaron en el
agujero muy profundo la noche que desapareció. Sabía, también, que lo habían
llenado después de que Ali desapareciera, pero no estaba segura de cuándo.
Alguien debió de meterla allí.
Apagó el Marlboro en el apartado ladrillo de su casa y se volvió hacia la revista
Lucky. Ella apenas había intercambiado unas palabras con su familia desde el
enfrentamiento de ayer y había estado tratando de calmarse por lo que había
pasado con ella y marcar todo lo que quería comprar de la revista con unas pocas
pegatinas. Al mirar la pagina sobre las chaquetas tweed, su mirada se volvió
ausente.
Ni siquiera podía hablar con sus padres acerca de esto. Ayer, después de que la
enfrentaran en el desayuno, Spencer había estado vagando fuera para ver de lo que
se trataba el ruido de las sirenas, las ambulancias todavía la ponían nerviosa, tanto
acerca de lo Jenna como también la desaparición de Ali. Mientras caminaba a
través de su jardín a la casa de los DiLaurentis, sintió algo y se dio la vuelta. Sus
padres habían salido a ver lo que estaba pasando.
Cuando se vieron, desvió la mirada. La policía le dijo que diera un paso atrás, que
esta área estaba fuera de sus límites. Entonces, Spencer vio la camioneta de la
morgue. Uno de los wokitoki de los policías crujió, “Alison”.
Su cuerpo se volvió muy frío. El mundo giraba. Spencer se dejó caer sobre la
hierba. Alguien habló con ella, pero no podía entenderlo.
—Estás en estado de shock —logró escuchar—. Sólo trata de calmarte. —La visión
de Spencer estaba tan borrosa, que no estaba segura de quién era, sólo que no era
su mamá ni su papá. El chico volvió con una manta y le dijo que se sentara allí por
un tiempo y que se mantuviera caliente.
Una vez que Spencer se sintió lo suficientemente bien como para levantarse, quien
la había ayudado había desaparecido. Sus padres habían desaparecido también.
No se habían molestado en ver si estaba bien.
Había pasado el resto del sábado y gran parte del domingo en su cuarto, sólo salía
del cuarto hasta el baño cuando sabía que no había nadie alrededor. Esperaba que
alguien se acercara y tomara el control sobre ella, pero cuando oyó que alguien
tocaba la pequeña y provisional puerta esta tarde, Spencer no respondió. No estaba
segura de por qué. Escuchó el suspiro de quienquiera que fuese y dio la espalda,
oyendo sus pasos en el pasillo.
Y entonces, hace apenas media hora, Spencer había visto el auto de su padre salir
del camino y girar hacia la carretera principal. Su mamá estaba en el asiento del
pasajero; Melissa estaba en la parte de atrás. No tenía idea de hacia dónde se
dirigían.
Se dejó caer en su silla frente a la computadora y se sobresalto al ver que el primer
e-mail era de "A", hablaba de codiciar cosas que no podía tener. Después de leer un
par de veces, se dejó hacer clic en RESPONDER. Poco a poco empezó a escribir,
¿Eres Alison?
Vaciló antes de dar clic en ENVIAR. ¿Las luces de la policía hacían que alucinara?
Las muertas no tienen cuentas de Hotmail. Tampoco tenían nombres en la pantalla
instantánea Messenger. Spencer tuvo que darse un pellizco, alguien fingía ser Ali.
Pero, ¿quién?
Se quedó mirando el Mondrian móvil que había comprado el año pasado en el
Museo de Arte de Filadelfia. Entonces, oyó un sonido. Plink. Ahí estaba de nuevo.
Plink.
Sonaba muy cerca, en realidad. En su ventana. Spencer se incorporó cuando una
piedra golpeó la ventana. Alguien estaba tirando piedras.
Podría ser… ¿Alison?
Golpeó otra piedra de nuevo, fue hacia la ventana y se quedó sin aliento. En el
césped estaba Wren. Las luces azules y rojas de los coches de la policía hacían
sombras rayadas en sus mejillas. Cuando la vio, lanzó una enorme sonrisa.
Inmediatamente, ella bajó las escaleras, sin importarle qué tan horrible estaba su
cabello o que llevaba manchada la marinera de Kate Spade. Wren corrió hacia ella
en cuanto salió por la puerta. Puso sus brazos alrededor de ella y le dio un beso en
la frente.
—No se supone que estarías aquí —murmuró.
—Ya lo sé. —Se puso algo rígido—. Pero me di cuenta de que el coche de tus
padres se había ido, así que…
Ella le pasó la mano por su suave cabello. Parecía agotado. ¿Y si tuvo que dormir
en su pequeña camioneta anoche?
—¿Cómo sabías que estaría de vuelta en mi antigua habitación?
Se encogió de hombros.
—Un presentimiento. También observé tu cara en la ventana. Quería venir antes,
pero estaba allí... todo eso. —Hizo un gesto a los coches y las furgonetas de la
policía—. ¿Estás bien?
—Sí —respondió Spencer. Inclinó la cabeza hasta la boca de Wren y se mordió el
labio para no llorar—. ¿Y tú? ¿Estás bien?
—¿Yo? Claro que sí.
—¿Tienes lugar para vivir?
—Me puedo quedar en el sofá de un amigo hasta que encuentre algo. No es gran
cosa.
Si sólo Spencer pudiera quedarse en el sofá de un amigo también. Entonces,
ocurrió algo con ella.
—¿Tú y Melissa terminaron?
Wren tomó su rostro en sus manos y suspiró.
—Por supuesto —dijo en voz baja—. Fue algo evidente. Con Melissa, no fue
como…
Él calló, pero Spencer pensó que sabía lo que iba a decir. Ella sonrió con una tímida
sonrisa y apoyó la cabeza contra su pecho. Oía el latido de su corazón.
Miró a la casa de los DiLaurentis. Alguien había iniciado un pequeño santuario a
Alison sobre un auto, con fotos y velas de la Virgen María. En el centro eran
pequeñas cartas de imán del alfabeto que decían Alison. Spencer vio una imagen
sonriente de Alison en un cuadro pequeño con una camisa azul muy apretada con
una camiseta holandesa encima y jeans Sevens nuevo. Recordó cuando ella había
tomado esa foto: Estaban en sexto grado, y fue la noche de invierno formal. Cinco
de ellos habían espiado a Melissa al ver como Ian la recogió. Spencer había
conseguido un hipo de la risa cuando Melissa, tratando de hacer una entrada
triunfal, se cayó por la acera hacia la Hummer. Probablemente fue su ultima noche
de diversión, en ese momento estaba libre de preocupaciones. Lo de Jenna pasó
mucho tiempo después. Spencer miró hacia a la casa de Jenna. No había nadie en
casa, como de costumbre, pero aún así algo la hizo estremecerse.
A medida que secó los ojos con el dorso de su pálida y delgada mano, una de las
camionetas condujo lentamente, y un tipo con una gorra roja de los Phillies la miró
fijamente. Ella la esquivó. Ahora no sería el momento para captar algún mensaje
acerca de la tragedia.
—Es mejor que te vayas. —Ella olfateó algo y se volvió hacia Wren—. Acá todo
está muy confuso. Y no sé cuando mis padres estarán de regreso.
—Está bien. —Él inclinó la cabeza hacia arriba—. Pero, ¿podemos vernos?
Spencer tragó, y trató de sonreír. Mientras lo hacía, Wren se inclinó y la besó,
envolviendo una mano alrededor de la parte de atrás de su cuello y el otro
alrededor del mismo lugar en su espalda que, el mismísimo viernes, dolía como un
infierno.
Spencer se apartó de él.
—Yo ni siquiera tengo tu número.
—No te preocupes —murmuró Wren—. Yo te llamo.
Spencer se volvió hacia su amplio patio por un momento, mirando el camino de
Wren hasta su coche. Como él se fue, sus ojos volvieron a estar tristes de nuevo. Si
hubiera alguien con quien hablar, alguien que no hubiese sido expulsado de su
casa. Miró hacia atrás al santuario de Ali y se preguntó cómo sus viejos amigos se
trataban con esto.
El coche de Wren ya estaba al final de la calle, pero, Spencer notó luces de otro
coche. Ella se congeló. ¿Eran sus padres? ¿Habrían visto el coche de Wren?
Las luces se acercaron más y más. De pronto, Spencer se dio cuenta de quién era. El
cielo era de un color púrpura oscuro, pero apenas podía distinguir el pelo largo de
Andrew Campbell.
Contuvo la respiración, agachándose detrás de los rosales de su madre. Andrew
lentamente sacó un sobre hasta el buzón, lo abrió y lo deslizó y cuidadosamente lo
cerró. Él se fue alejando.
Esperó hasta que él se hubiera ido antes para salir corriendo a la acera y abrir el
buzón. Andrew le había dejado un trozo doblado de papel.
Hey, Spencer. Yo no sabía si estabas tomando alguna de mis llamadas. Siento mucho lo de
Alison. Espero que mi manta te haya ayudado ayer. –Andrew.
Spencer volvió hacia la entrada, leyendo y releyendo la nota. Se quedó mirando la
letra de Andrew. ¿Manta? ¿Qué manta?
Entonces, se dio cuenta. ¿Fue Andrew quien la ayudó?
Arrugó la nota en sus manos y comenzó a sollozar otra vez.
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