sábado, 9 de febrero de 2013

Club de Lectura (2x22)

Te traemos un nuevo capítulo del libro Flawless, el capítulo 22.
Si todavía no leíste el capítulo anterior, lo podés leer aquí.
Para comenzar con la lectura, hacé clic en Más Información.


Capítulo 22: Tú puedes manejar la verdad

Viernes por la noche. Aria apagó la radio de su habitación. Durante la última hora, el DJ local había seguido y seguido con Foxy. Lo hacía sonar como si Foxy fuera un lanzamiento de un transbordador o una inauguración presidencial, no simplemente un tonto beneficio.
Escuchó el sonido que hacían sus padres caminando alrededor de la cocina. No estaba la usual cacofonía de ruidos, NPR en la radio, CNN o PBS en la televisión de la cocina, o un CD de clásica o jazz experimental sonando en el estéreo de la cocina. Todo lo que Aria escuchó eran ruidos de cacerolas y sartenes. Entonces un estrépito.
—Lo siento —Ella dijo secamente.
—Está bien —respondió Byron.
Aria se giró hacia su portátil, sintiéndose más y más loca por segundos.
Desde que su Meredith-acoso se había interrumpido, ahora estaba buscándola online. Una vez empezabas, acosar-en-Red a alguien, era difícil parar. Aria sabía el apellido de Meredith —Stevens— de un programa de Yoga de Strawberry Ridge que había encontrado online, así que buscó en Google el número de teléfono de Meredith. Pensó que quizás intentaría llamarle para contarle, amablemente, que se mantuviera alejada de Byron. Pero entonces encontró su dirección y quiso ver cuán lejos Meredith vivía, así que lo localizó
en el Callejero. Desde ahí, se tornó una locura. Miró un hipertexto que Meredith había hecho en su primer año de universidad a William Carlos Williams. Se coló en el portal de estudiante de Hollis para ver las notas de Meredith.
Meredith estaba en Friendster, Facebook, y MySpace. Sus películas favoritas eran Donnie Darko; Paris, Texas; y La Princesa Prometida, y sus intereses eran cosas peculiares como globos de nieve, taichí, e imanes.
En un universo paralelo, Aria y Meredith podrían haber sido amigas. Lo hacía más difícil de hacer que “A” pidiera en el último mensaje de texto de Aria: hazlo desaparecer.
Parecía que la amenaza de “A” estaba creando un agujero en su Treo, y cada vez que pensaba sobre ver no sólo a Meredith sino a Spencer en el estudio de yoga esa mañana, se sentía incomoda. ¿Qué es lo que estaba haciendo Spencer allí? ¿Spencer sabía algo?
Cuando estaban en séptimo curso, Aria le hablo a Ali sobre ver a Toby en su taller de teatro mientras ella, y Spencer pasaban el rato en la piscina de Spencer.
—Él no sabe nada, Aria —respondió Ali, tranquilamente aplicándose más crema solar—. Relájate.
—¿Pero cómo puedes estar segura? —protestó Aria—. ¿Qué pasa con esa persona que vi fuera en la casa árbol esa noche? ¡Quizás se lo hayan contado a Toby! ¡Quizás era Toby!
Spencer frunció el ceño, entonces miró a Alison.
—Ali, quizás tú sólo deberías…
Ali se aclaró la garganta sonoramente.
—Spencer —dijo Ali, casi como una advertencia.
Aria miró de una a la otra, confusa. Entonces soltó la pregunta que estaba desando preguntar desde hacía tiempo:
—¿Qué estaban haciendo susurrando la noche del accidente? ¿Cuándo me levanté y ustedes estaban en el baño?
Ali ladeó su cabeza.
—No estábamos susurrando.
—Ali, lo estábamos —siseó Spencer.
—Ali le dio otra mirada cortante, entonces se volvió de nuevo hacía Aria. Mira, no estábamos hablando de Toby. Además —le dio una pequeña sonrisa a Aria—, ¿no tienes cosas más importantes de las que preocuparte ahora?
A Aria se le pusieron los pelos de punta. Sólo unos días antes, Aria y Ali habían atrapado a su padre con Meredith.
Spencer tiró del brazo de Ali.
—Ali, yo creo que deberías decirle…
Ali levantó su mano.
—Spencer, lo juro por Dios.
—¿Juras por Dios qué? —gritó Spencer—. ¿Crees que esto es fácil?
Después de que Aria viera a Spencer en el estudio de Yoga esta mañana, consideró seguirla al colegio y hablar con ella. Spencer y Ali habían encubierto algo, y quizás estuviera entrelazado con “A”. Pero… sintió miedo. Pensaba que conocía a sus amigas por dentro y por fuera. Pero ahora que sabía que todas ellas tenían oscuros secretos que no querían compartir… quizás nunca las había llegado a conocer de verdad.
El teléfono móvil de Aria sonó, haciéndole volver al presente. Sorprendida, lo dejó caer sobre un montón de camisetas sucias que había planeado echar a lavar. Lo recogió.
—Hey —dijo una voz de chico al otro lado—. Es Sean.
—¡Oh! —exclamó Aria—. ¿Qué pasa?
—No mucho. Justo acabo de llegar de un partido de futbol. ¿Qué vas a hacer esta noche?
Aria hizo un gesto de alegría.
—Uhm… nada, en realidad.
—¿Quieres salir?
Oyó otro ruido escaleras abajo. Entonces la voz de su padre.
—Me voy.
La puerta frontal se cerró. Él no se iba a molestar en cenar con ellas. De nuevo.
Volvió a colocar la boca en el teléfono.
—¿Qué te parece ahora?
Sean aparcó su Audi en un parking desolado y llevó a Aria hacia un terraplén.
A su izquierda había una valla de tela metálica, a su derecha un camino inclinado. Por encima de ellos estaban las vías del tren elevado, y por debajo estaba todo Rosewood.
—Mi hermano y yo encontramos este sitio hace años —explicó Sean.
Extendió su jersey de cachemira en la hierba y le gesticuló para que se sentara.
Entonces Sean sacó unos termos de cromo de su mochila y se los entregó.
—¿Quieres un poco? —Aria podía oler el Capitán Morgan a través de la pequeña obertura dejada por la tapa.
Tomó un buen trago, entonces le miró con la boca torcida. Su cara estaba como esculpida y sus ropas le encajaban perfectamente, pero no tenía el mismo Estoy bueno y lo sé aire en él típicos de otros chicos de Rosewood.
—¿Vienes mucho por aquí? —preguntó Aria.
Sean se encogió de hombros y se sentó a su lado.
—No mucho. Pero a veces.
Aria había asumido que Sean y su típica multitud de chicos de Rosewood iban de fiesta toda la noche, o entraban a hurtadillas con las cervezas de sus padres a casas vacías mientras jugaban al Grand Theft Auto en la PlayStation. Y habría un borracho en el jacuzzi para culminar la noche, por supuesto. Prácticamente casi todo el mundo en Rosewood tenía un jacuzzi en el patio trasero.
Las luces de la ciudad parpadeaban debajo. Aria podía ver la espiral de Hollis, que estaba iluminada en marfil esa noche.
—Esto es increíble —suspiró—. No me puedo creer que nunca encontrara este sitio.
—Bueno, nosotros no solíamos vivir lejos de aquí —sonrió Sean—. Mi hermano y yo íbamos por todos estos bosques en nuestras sucias bicis. También solíamos venir aquí y jugar a la Bruja de Blair.
—¿La Bruja de Blair? —repitió Aria. Él asintió.
—Después de que saliera la película, estábamos obsesionados con hacer nuestra propia película de fantasmas.
—¡Yo también lo hice! —exclamó Aria, tan emocionada que colocó su mano sobre el brazo de Sean. Rápidamente se apartó—. Excepto que la mía la hice en mi patio trasero.
—¿Todavía tienes los videos? —preguntó Sean.
—Sí. ¿Tú?
—Uh-huh —hizo una pausa—. Quizás puedas venir a verlos alguna vez.
—Me gustaría —sonrió. Sean empezaba a recordarle al Croque-Monsieur que una vez encargó en Nice. A simple vista, parecía poco atractivo, queso a la plancha cortado, nada especial. Pero cuando lo mordías, era queso Brie y había setas portabello picadas ocultas dentro. Había mucho más de lo que había parecido.
Sean se apoyó en sus codos.
—Una vez, mi hermano y yo vinimos aquí y atrapamos a una pareja teniendo sexo.
—¿De verdad? —Aria se rió.
Sean le cogió la taza.
—Sí. Y estaban tan metidos en ello, que no nos vieron al principio. Me fui alejando realmente despacio pero entonces tropecé sobre algunas rocas. Estaban totalmente asustados.
—Estoy segura —Aria se estremeció—. Dios, eso tuvo que ser horrible.
Sean le dio con el dedo en el brazo.
—Que, ¿nunca lo has hecho en público?
Aria apartó la mirada.
—Nah.
Se callaron durante un momento. Aria no estaba segura de cómo se sentía. Inquieta, algo así. Pero también… un poco nerviosa. Se sentía como si algo fuera a suceder.
—Así que, uhm, ¿te acuerdas del secreto que me contaste, en tu coche? —le preguntó a Sean—. ¿El de no querer ser virgen?
—Sí.
—Porque tu… ¿Por qué crees que te sentías de esa forma?
Sean se echó hacia atrás sobre sus codos.
—Empecé a ir al club V porque todo el mundo tenía prisas en tener sexo, y quería ver porque la gente del club V decidieron que no.
—¿Y?
—Bueno, yo pienso que mayormente están asustados. Pero también, pienso que quieren encontrar a la persona adecuada. Como, alguien con quien pueden ser completamente honestos y ellos mismos.
Se detuvo. Aria abrazó sus tobillos hacia su pecho. Deseaba—sólo un poco— que Sean dijera, “Y Aria, yo pienso que la persona correcta eres tú”. Suspiró.
—He tenido sexo, una vez.
Sean colocó su taza sobre la hierba y la miró.
—En Islandia, un año después de que me mudara allí —admitió. Se sentía extraño decirlo en voz alta—. Era este chico que me gustaba, Oskar. Él quería, y lo hicimos, pero… no lo sé —se apartó el pelo de la cara—. No le amaba o algo así —se detuvo—. Eres la primera persona a la que se lo he contado.
Se callaron durante un momento. Aria sentía su corazón bombear contra su pecho. Alguien estaba asando algo a la parrilla por debajo; podía oler la leña y las hamburguesas. Escuchó a Sean tragar y cambiar su peso, moviéndose un poco más cerca. Aria se movió un poco más cerca, también, sintiéndose nerviosa.
—Ven a Foxy conmigo —espetó Sean.
Aria ladeó su cabeza.
—¿F-Foxy?
—¿El beneficio? ¿Te vistes elegante? ¿Bailas?
— Sé lo que es Foxy —parpadeó.
—A no ser que vayas con alguien. Y podemos ir como amigos, por supuesto.
Aria sintió una pequeña punzada de decepción cuando el usó la palabra amigos. Un segundo antes, pensaba que iban a besarse.
— ¿No se lo has pedido a nadie todavía?
—No. Es por eso que te lo pido a ti.
Aria le lanzó una mirada furtivamente a Sean. Sus ojos seguían gravitando en la pequeña hendidura de su barbilla. Ali solía llamarlas “barbillas de trasero”, pero en realidad era muy bonita.
—Uhm, sí, está bien.
—Genial.—Sean sonrió. Aria le sonrió de vuelta. Excepto… algo le hizo marchitarse. Te voy a dar hasta la campanada de medianoche del sábado, Cenicienta. Si no. Sábado era mañana.
Sean se dio cuenta de su expresión.
—¿Qué es?
Aria tragó. Su boca al completo sabía a ron.
—Conocí a la mujer con la que mi padre estaba tonteando ayer. Más o menos por accidente —respiró hondo—. O no por accidente en absoluto. Quería preguntarle qué estaba pasando, pero no pude. Estoy asustada de que mi madre vaya… a atraparlos juntos —lagrimas asomaron en sus ojos—. No quiero que mi familia se desmorone.
Sean la abrazó durante un rato.
—¿No podrías volver a hablar con esa mujer otra vez?
—No lo sé —miró fijamente sus manos. Estaban temblando—. Quiero decir, tengo todo este discurso preparado en mi cabeza. Simplemente quiero que sepa cuál es mi postura —arqueó su espalda y miró hacia el cielo, como si el universo pudiera darle la respuesta—. Pero quizás es una idea estúpida.
—No lo es. Iré contigo. Para apoyo moral.
Aria miró hacia arriba.
—Tú… ¿tú lo harías?
Sean miró hacia los árboles.
—Ahora mismo, si tú quieres.
Aria rápidamente sacudió su cabeza.
—No podría ahora mismo. He dejado mí, uhm, guion en casa.
Sean se encogió de hombros.
—¿Te acuerdas de lo que querías decir?
—Supongo —dijo Aria débilmente. Miró hacia los arboles—. No está lejos, realmente… Vive en esta colina. En Old Hollis —lo sabía de haber estado acechando a Meredith en Google Earth.
—Vamos —Sean extendió su mano. Antes de que pudiera pensar mucho más sobre esto, estaban bajando la colina cubierta de hierba, más allá del coche de Sean.
Cruzaron la calle hacia Old Hollis, el barrio de estudiantes que estaba lleno de ruinosas, espeluznantes casas Victorianas. Viejos VW, Volvos, y Saabs llenaban las aceras. Para un viernes por la noche, el barrio estaba absolutamente vacío.
Quizás había algún gran evento en alguna parte de Hollis. Aria se preguntó si Meredith iba estar siquiera en casa; casi esperaba que no estuviera. A medio camino del segundo bloque, Aria se detuvo en una casa rosa que tenía cuatro pares de zapatillas de deporte aireándose en el porche y un dibujo de tiza de lo que parecía un pene en la entrada. Era lógico que Meredith viviera aquí. 
—Creo que es aquí.
—¿Quieres que espere aquí? —susurró Sean.
Aria se arrebujó en su sudadera. De golpe hacia frio.
—Supongo —entonces agarró el brazo de Sean—. No puedo hacer esto.
—Claro que puedes —Sean puso sus manos sobre sus hombros—. Estaré justo aquí, ¿de acuerdo? Nada te va a pasar. Te lo prometo.
Aria sintió una corriente de gratitud. Era tan… dulce. Se inclinó hacia delante y besó suavemente a Sean en los labios; mientras se apartaba, él se veía atónito.
—Gracias —dijo ella.
Anduvo hacia la agrietada puerta principal de Meredith subiendo los escalones lentamente, el ron corriendo por sus venas. Se había bebido tres cuartos del termo de Sean, mientras que él había tomado solamente unos pocos tragos.
Mientras llamaba al timbre, se sostuvo sobre una columna del porche en busca de equilibrio. Esta noche no era la noche para llevar sus inestables tacones de Italia.
Meredith abrió la puerta. Vestía unos pantalones cortos de felpa y una camiseta blanca con un dibujo de un plátano—era la portada de algún álbum viejo, Aria no podía recordar cuál. Y parecía más grande esa noche. Menos flexible y más muscular, como una de esas chicas patea-traseros de ese show, Rollergirls. Aria se sentía débil.
Los ojos de Meredith brillaron en reconocimiento.
–Alison, ¿verdad?
—En realidad, es Aria. Aria Montgomery. Soy la hija de Byron Montgomery. Sé todo lo que está pasando. Quiero que acabe.
Los ojos de Meredith se abrieron como platos. Respiró hondo, entonces exhaló lentamente por la nariz. Aria casi pensó que iba a salir humo de dragón.
—¿Lo sabes, eh?
—Eso es —Aria vaciló, dándose cuenta que estaba diciendo mal su discurso.
Eso es. Y su corazón estaba latiendo ruidosamente, no se habría sorprendido si su piel estuviera latiendo.
Meredith alzó una ceja.
—No es asunto tuyo —sacó su cabeza al porche y miró alrededor con desconfianza—. ¿Cómo has sabido donde vivía?
—Mira, lo estás destruyendo todo —protestó Aria—. Y sólo quiero que pares. ¿De acuerdo? Quiero decir… esto está haciéndole daño a todo el mundo. Él todavía está casado… y tiene una familia.
Aria se hizo una mueca a sí misma al patético tono de su voz y como su perfecto elaborado discurso se había escapado de sus manos.
Meredith cruzó sus brazos sobre su pecho.
—Se todo eso —respondió, empezando a cerrar la puerta—. Y lo siento. Realmente lo siento. Pero estamos enamorados.

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