jueves, 3 de enero de 2013

Club de Lectura (2x06)

Te traemos un nuevo capítulo del libro Flawless. Esta vez, el capítulo 6.
Si no leíste el anterior, lo podés leer aquí.
Para comenzar con la lectura, hacé clic en Más Información.





Capítulo 6: La caridad no es tan dulce

El martes por la tarde, Hanna se ajustó el camisón color crema que se había colocado justo después de la escuela y subió las escaleras de la clínica de cirugía plástica y rehabilitación de quemaduras William Atlantic. Si vienes a este lugar para rehabilitación de quemaduras lo llamas William Atlantic, si vienes por una lipo lo llamas Bill Beach.
El edificio se levantaba en el bosque, donde solo podías observar un pedacito del cielo azul por sobre los majestuosos árboles. Todo olía a flores silvestres. Era una perfecta tarde de otoño para ir al Country Club y ver a los chicos jugar tenis. Era la tarde perfecta para salir a trotar seis millas y rebajar la caja de Cheez-Its que se había comido la noche anterior, cosa que hizo porque estaba volviéndose loca con la visita de su papá. Quizás hasta era la tarde perfecta para cuidar a los gemelos de seis años de edad de al lado. Cualquier cosa podía ser mejor que lo que iba a hacer: ser voluntaria en una clínica.
Voluntariado era una palabra de cuatro letras para Hanna. Su último intento de hacer caridad fue en el desfile de modas durante el séptimo grado en la escuela Rosewood Day. Las chicas de Rosewood tenían que vestirse con ropa de diseñador y desfilar en el escenario; la gente haría ofertas por sus trajes, y el dinero se destinaría a actos de caridad. 
Ali vistió una hermosa chaqueta de Calvin Klein y un vestido talla cero que recaudó más de $1000, Hanna, por otra parte, vistió una ordinaria prenda con colores fosforescentes de Betsey Johnson que la hacía ver más gorda de lo que ya estaba. La única persona en ofertar por su traje fue su papá. Una semana después, sus padres se estaban divorciando. Y ahora su papá había regresado. O algo así.
Cuando Hanna pensó en la visita de ayer de su papá, se sintió mareada, ansiosa y molesta, todo al mismo tiempo. Desde su transformación, había soñado con el momento de volverlo a ver. Seria delgada, popular y confiada. En sus sueños, el siempre volvía con Kate, quien habría engordado y, en comparación, Hanna luciría mejor.
—Oof —lloró. 
Alguien había salido por la puerta cuando ella estaba a punto de entrar.
—Ten cuidado por dónde vas —dijo la persona. 
Hanna levantó la vista. Estaba parada en la puerta de vidrio doble, junto a una planta de flores. Saliendo por la puerta estaba... Mona.
La boca de Hanna se abrió. Mona tenía el mismo rostro sorprendido. Se miraron mutuamente. 
—¿Qué haces aquí?
—Visitando un amigo de mi madre —Mona se quitó su cabello rubio de su hombro lleno de pecas—. ¿Y tú?
—Uhm, lo mismo —Hanna miró a Mona cuidadosamente. Su detector de mentiras le decía que probablemente estaba mintiendo. Pero quizás Mona podía sentir lo mismo en ella.
—Bueno, me voy —Mona se despidió—. Te llamo luego.
—Bien —murmuró. Caminaron en direcciones opuestas. Hanna se volteó y miró en dirección hacia Mona, solo para ver que ella estaba mirándola sobre su hombro.
—Ahora, presta atención —dijo Ingrid, la jefa de las enfermeras. Estaban en un salón de exámenes, e Ingrid le estaba enseñando como cambiar las bolsas de los botes de basura; como si fuera difícil. 
Cada salón de exámenes estaba pintado de verde guacamole, y los únicos posters en la pared eran de enfermedades de la piel. Ingrid le asignó la limpieza de la sala de espera; algún día, si lo hacía todo bien, le podría permitir limpiar los cuartos donde están los pacientes, donde victimas de serias quemaduras se recuperan. Suertuda ella.
Ingrid sacó la bolsa de basura. 
—Esto va al vertedero de basura azul que está en la parte de atrás del edificio. Debes vaciar los botes de desechos infecciosos también —señalo a un bote que lucía exactamente igual a los demás—. Deben estar separados de la basura regular todo el tiempo. Y debes vestir esto —le alcanzó un par de guantes de látex. Hanna los miró como si estuvieran cubiertos en desechos infecciosos. Luego, Ingrid le señaló al pasillo. —Hay otras diez habitaciones aquí —explicó —.Extrae la bolsa de basura y limpia el contenedor, cuando termines me buscas.
Tratando de no respirar, ya que le molestaba el olor a antiséptico de los hospitales, Hanna buscó en el closet de utilidades más bolsas de basura. Miró por el pasillo, preguntándose donde estarían las habitaciones de los pacientes. Jenna había sido paciente aquí. Muchas cosas la habían hecho pensar en el asunto de Jenna el último día, a pesar de que seguía intentando sacarla de su mente. La idea de que alguien supiera, y lo pudiese decir, era algo que ni siquiera podía comprender.
A pesar de que lo de Jenna había sido un accidente, Hanna a veces sentía como si no lo hubiese sido exactamente. Ali le había dado a Jenna un apodo: Nieve, como Blanca Nieves, porque Jenna tenía un gran parecido con el personaje de Disney.
Hanna también pensaba que Jenna se parecía a Blanca Nieves. Jenna no era tan perfecta como Ali, pero había algo extrañamente lindo en ella. Una vez se le ocurrió que el único personaje que realmente se parecía a Blanca Nieves era Dopey Dwarf.
Sin embargo, Jenna era uno de los blancos favoritos de Ali, tanto que en sexto grado, Ali difundió un rumor sobre los senos de Jenna y el papel higiénico del tocador de las chicas. También derramó un poco de agua en el asiento de Jenna para que pareciera que tenía incontinencia. Se burló del acento francés que había adoptado Jenna para la clase de Francés II... Y cuando los paramédicos se la llevaron fuera de la casa del árbol, Hanna se sintió enferma. Había sido la primera que estuvo de acuerdo con hacerle una travesura a Toby. Quizás si le hacían una travesura primero a Toby, podíamos hacérsela a Jenna también. Era como si fuese su intención que esto le sucediera.
Las puertas automáticas al final del pasillo se abrieron, sacándola de sus pensamientos.
Se congeló, y su corazón se aceleró, deseando que fuera Sean, pero no lo era. Frustrada, sacó su Blackberry del bolsillo y marcó su número. Saltó el buzón de voz y Hanna colgó. Volvió a marcar de nuevo, pensando que quizás no había alcanzado su teléfono a tiempo, pero el buzón de voz sonó de nuevo.
—Hey, Sean —dijo después del bip, tratando de sonar despreocupada—. Soy Hanna de nuevo. Realmente me gustaría hablar, eh, ya sabes dónde encontrarme.
Le dejó tres mensajes esa tarde para que supiera que estaría allí esa tarde, pero Sean no había respondido. Se preguntaba si estaría en una reunión del Club V. Recientemente se había unido a un club de virginidad comprometida, votando por no tener sexo. Quizás la llamaría cuando terminara. O... quizás no lo haría. Hanna tragó, tratando de sacar las posibilidades de su cabeza.
Miró a su alrededor y caminó hasta el closet de suplementos de empleados. Ingrid había colgado el bolso Ferragamo de Hanna al lado de uno color vino a rayas de Gap.
Suprimió su urgencia de temblar. Lanzó su teléfono dentro del bolso, tomó un rollo de papel higiénico y una botella de aerosol y encontró una habitación vacía. Quizás hacer su trabajo la mantendría lejos del pensamiento de Sean y A. Cuando terminó de limpiar el lavamanos accidentalmente tropezó con un gabinete de metal que estaba justo a su lado. Dentro de los estantes había muchos nombres familiares para ella. Tylenol 3. Vicodin. Percocet. Hanna miró más profundamente. Había muchas muestras de drogas. Allí... allí en el gabinete. Sin llave. Premio gordo.
Rápidamente tomó un puñado de Percocet y las metió en los bolsillos de su cárdigan. Al menos, podría tener un divertido fin de semana con Mona gracias a esto.
Luego alguien posó su mano en el hombro de Hanna. Saltó y se dio vuelta, tropezando con un envase lleno de algodones y tirándolo al suelo.
—¿Qué estás haciendo en la habitación numero dos? —la enfrentó Ingrid. Estaba molesta.
—Solo... solo estaba tratando de ayudar —tiró rápidamente el papel en el bote de basura y esperó que el Percocet se quedara en su bolsillo. El cuello le ardía donde Ingrid le había tocado.
—Bueno, ven conmigo —dijo Ingrid. —Hay algo en tu bolso que está haciendo ruido.
Está molestando a los pacientes.
—¿Estas segura de que está en mi bolso? —preguntó. —Yo hace poco estaba allá, y...
Ingrid llevó a Hanna hasta el closet. Ahora estaba segura de que ese sonido si provenía
de su bolso. —Es solo mi celular —el espíritu de Hanna se animó. Quizás Sean había llamado.
—Bueno, por favor haz que se calle —Ingrid la observó—. Y luego regresa al trabajo.
Sacó su BlackBerry para ver quien estaba llamando. Tenía un nuevo mensaje de texto. 

Hannakins: Limpiar los suelos en Bill Beach no te hará recuperar tu vida. Ni siquiera si puedes limpiar todo el desastre de ese lugar. Y además, sé algo sobre ti que jamás te permitirá ser la chica Rosewood que quieres ser -Nuevamente. -A

Hanna miró alrededor del la habitación, confundida. Leyó la nota otra vez, su garganta estaba seca y pegajosa. ¿Qué podría saber “A” qué le garantizaba eso?
Jenna.
Si A supiera eso...
Hanna rápidamente escribió una respuesta en el teclado de su teléfono: 

Tú no sabes nada. 

Le dio al botón de enviar, y a los pocos segundos “A” respondió:

Lo sé todo. Te podría ARRUINAR.

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