jueves, 10 de enero de 2013

Club de Lectura (2x09)

 Te traemos un nuevo capítulo del libro Flawless, el capítulo 9.
Si no leíste el capítulo anterior, lo podés leer aqui.

Para comenzar con la lectura, hacé clic en Más Información.







Capítulo 9: Alguien que ayuda sólo consigue una porción más pequeña.


En el miércoles por la tarde, el Sr. McAdams, el profesor de economía aplicada de Spencer, se paseaba de arriba a abajo por los pasillos, descargando papeles de una pila y poniéndolos boca abajo sobre el escritorio de cada estudiante. Era un hombre alto, de ojos saltones, nariz torcida, y una cara regordeta. Hace unos pocos años, uno de sus mejores estudiantes había comentado que se parecía a Calamardo, de Bob Esponja, y se
quedó con ese nombre.
—Muchas de estas pruebas son muy buenas —murmuró él.
Spencer se enderezó. Hizo lo que siempre hacía cuando no estaba segura de lo que había sacado en una prueba. Pensó en la nota más baja que podía conseguir, una nota que todavía asegurara que tenía una A. Por lo general, la nota en su mente era muy baja, aunque baja para Spencer era una B más o, en el peor de los casos, una B, así que normalmente terminaba recibiendo una agradable sorpresa. B más, se dijo ahora a sí misma, mientras Calamardo le ponía su prueba sobre el escritorio. Entonces, le dio la vuelta.
Una B menos.
Spencer dejó caer el papel en su escritorio como si estuviera ardiendo.
Comprobó el test de respuestas que Calamardo había calificado de forma incorrecta, pero no sabía las respuestas a las preguntas que tenían grandes X rojas marcadas junto a ellas.
Muy bien, tal vez no había estudiado lo suficiente.
Cuando ellos habían hecho las pruebas ayer, todo en lo que había sido capaz de pensar mientras llenaba las casillas de opción múltiple eran en a) Wren y cómo ella no podía haberlo visto nunca, b) sus padres y Melissa y cómo podía ella conseguir que volvieran a quererla de nuevo, c) Ali, y d), e), f), g), su condenado secreto con Toby.
La tortura con Toby era insana. Pero ¿Qué podía hacer, ir a la policía? Y decirle... ¿Qué un chico me dijo que me cogería hace cuatro años, y que creo que él mató a Ali y también que va a matarme? ¿Qué tenía un mensaje que decía que mis amigos y yo estábamos en peligro? Los policías se reirían y me dirían que había estado inhalando demasiado Ritalin. También tenía miedo de contarles a sus amigas lo que estaba pasando. ¿Qué pasa si “A” iba en serio y algo les pasaba si ella lo hacía?
—¿Qué tal? —susurró una voz.
Spencer saltó. Andrew Campbell se sentaba junto a ella. Él era tan capaz de sacar buenas notas como ella. Él y Spencer estaban clasificados como los número uno y número dos de la clase, y siempre estaban cambiando posiciones.
Su prueba estaba orgullosamente colocada boca arriba sobre su escritorio. Un gran A roja estaba en la parte superior de la misma.
Spencer empujó su propia prueba contra su pecho. 
—Bien.
—Fantástico —un mechón de la larga melena de león de pelo rubio de Andrew le caía por la cara.
Spencer apretó sus dientes. Andrew era notoriamente entrometido. Siempre había pensado que era sólo un síntoma de su super-competitividad, pero la semana pasada, se preguntó si él podría ser “A”. Pero no creía que tuviera algo que ver ya que su gran interés se centraba en las minucias de la vida de Spencer. Andrew la había ayudado el día que los trabajadores descubrieron el cuerpo de Ali, cubriéndola con una manta cuando estaba en estado de shock.
“A” no haría algo así.
Mientras Calamardo les asignaba sus deberes, Spencer miró sus apuntes. Su escritura, que normalmente se apretaba perfectamente entre las líneas, había vacilado en toda la página. Empezó a volver a copiar con rapidez los apuntes, pero la campana la interrumpió, y Spencer tímidamente se levantó para marcharse. Una B menos.
—¿Señorita Hastings?
Ella levantó la vista. Calamardo le estaba haciendo señas para que se acercara a su escritorio. Se acercó, enderezando su blazer azul marino del Rosewood Day, tomando todas las precauciones posibles para no tropezar con sus botas de montar de piel color caramelo. 
—Tú eres la hermana de Melissa Hastings, ¿verdad?
Spencer sintió que se le marchitaban las entrañas. 
—Uh-huh —era obvio lo que venía después.
—Esto es un gran placer para mí, entonces —dio unos golpecitos con el lápiz mecánico en su escritorio—. Fue un placer tener a Melissa en clase.
Estoy segura, Spencer gruñó para sus adentros.
—¿Dónde está ahora?
Spencer apretó los dientes. En casa, acaparando todo el amor de nuestros padres y su
atención. 
—Ella está en Wharton. Haciendo su MBA.
Calamardo sonrió. 
—Siempre supe que iría a Wharton —luego, le lanzó una larga mirada a Spencer—. El primer conjunto de preguntas sobre el ensayo se hará el próximo lunes —dijo él—. Y te daré una pista. Los libros complementarios que he mencionado en el plan de estudios serán de ayuda.
—Oh —Spencer se sentía cohibida. ¿Le estaba dando algún tipo de beneficio porque había sacado una B menos y sentía pena por ella, o porque era la hermana de Melissa? Ella irguió la espalda—. Yo tenía la intención de conseguirlos de todos modos.
Calamardo la miró de manera uniforme. 
—Está bien, bueno.
Spencer caminó con dificultad hacia la entrada, sintiéndose desquiciada.
Normalmente, sabía cómo hacerles la pelota a todos los profesores mucho mejor, pero Calamardo la hacía sentir como si estuviera en la parte inferior de la clase.
Era el final del día. Los estudiantes del Rosewood se apresuraban en torno a sus casilleros, poniendo los libros en sus bolsas, haciendo planes por sus teléfonos móviles, o quedando con su equipo para practicar deporte. Spencer tenía hockey sobre hierba a las tres, pero quería recoger primero los libros de Calamardo en WordSmith. Después de eso, tenía que presentarse al personal del anuario, ver lo que estaba pasando con la lista de voluntarios de Hábitat para la Humanidad, y saludar a los consejeros del club de teatro. Posiblemente llegaría un par de minutos tarde al hockey, pero ¿qué podía hacer?
Al empujar la puerta de Libros WordSmith, inmediatamente se sintió más calmada. La tienda estaba siempre tranquila, sin vendedores serviciales espantándote. Después de que Ali desapareciera, Spencer solía venir aquí y leer los comics de Calvin y Hobbes sólo para estar sola. El personal no te increpaba cuando los teléfonos celulares sonaban. Eso estaba bien, ya que eso era exactamente lo que el de Spencer estaba haciendo en este momento. Su corazón latía con fuerza... y luego golpeó de una manera diferente cuando vio quién era.
—Wren —susurró en su teléfono, hundiéndose contra la sección de viajes.
—¿Recibiste mi correo electrónico? —le preguntó con su sexy acento británico cuando ella contestó.
—Uhm... sí —respondió Spencer—. Pero... creo que no deberías haberme llamado.
—¿Así que quieres que cuelgue?
Spencer miró a su alrededor cautelosamente, observando a dos estudiantes idiotas de primer año sonriendo con los libros de autoayuda sexual, y a una anciana que estaba hojeando un mapa callejero de Philadelphia. 
—No —susurró ella.
—Bueno, me muero por verte, Spence. ¿Podemos encontrarnos en alguna parte?
Spencer hizo una pausa. Le dolía estar deseando decirle que sí. 
—No estoy segura de si eso es una buena idea en este momento.
—¿Qué quieres decir con que no estás segura? —se rió Wren—. Vamos, Spence. Ha sido muy difícil esperar tanto tiempo antes de llamar.
Spencer negó con la cabeza. 
—Yo... no puedo —decidió—. Lo siento. Mi familia... casi no me mira. Quiero decir, ¿tal vez podríamos intentar esto en... en un par de meses?
Wren se quedó en silencio durante un momento. 
—¿Hablas en serio?
Spencer notó incertidumbre en su respuesta.
— Simplemente pensé... no lo sé —la voz de Wren sonaba tirante—. ¿Estás segura?
Se pasó la mano por el pelo y miró por los grandes ventanales de WordSmith que estaban en frente. Byers Mason y Waites Penélope, dos chicos de su clase, se besaban delante de Ferra, el lugar de comida al lado de la calle. Ella les odiaba.
—Estoy segura —le dijo a Wren, sus palabras se le atragantaron en la garganta—. Lo siento —le dijo antes de colgar.
Dejó escapar un suspiro. De repente, la librería se sentía demasiado tranquila.
El CD de música clásica se había detenido. El pelo en la parte posterior de su cuello se le erizó. Alguien podría haber escuchado su conversación.
Temblando, se dirigió a la sección de economía, mirando con recelo a un tipo que se detuvo en la sección de la Segunda Guerra Mundial y a una mujer que hojeaba un calendario mensual de bulldogs ¿Podría ser uno de ellos “A"? ¿Cómo “A” lo sabía todo?
Rápidamente encontró los libros de la lista de Calamardo, y caminó hasta el mostrador. Entregó su tarjeta de crédito, jugueteando con los botones de plata de la blazer azul marina de la escuela. No quería ir a sus actividades y al hockey después de esto. Sólo quería ir a casa y esconderse.
— Uhm —la cajera, que tenía tres anillos en la ceja, levantó la Visa de Spencer— Algo está mal con esta tarjeta.
—Eso es imposible —replicó Spencer. Entonces, sacó su tarjeta MasterCard.
La vendedora la pasó, pero la máquina de tarjetas hizo la misma señal de desaprobación. —Con esta ocurre lo mismo.
La vendedora hizo una rápida llamada telefónica, asintió con la cabeza un par de veces, y luego colgó. —Estas tarjetas han sido canceladas —dijo en voz baja, con los ojos fuertemente alineados a lo ancho—. Se supone que debo cortarlas, pero... —ella se encogió de hombros tímidamente y se las entregó de nuevo a Spencer.
Spencer las cogió. 
—El equipo debe estar roto. Estas tarjetas están... —estaba a punto de decir que están vinculadas a la cuenta bancaria de sus padres.
Entonces lo entendió. Sus padres las habían cancelado.
—¿Quieres pagar con dinero en efectivo? —preguntó la dependienta.
Sus padres habían cancelado sus tarjetas de crédito. ¿Qué era lo siguiente, poner una cerradura en el refrigerador? ¿Cortar la electricidad de su dormitorio? ¿Limitar su uso de oxígeno?
Spencer se abrió paso para salir de la tienda. Había usado su Visa para comprar una rebanada de pizza con queso de soja de camino a casa desde el memorial de Ali. Había funcionado entonces. Ayer por la mañana, ella se disculpó ante su familia, y ahora sus tarjetas no funcionaban. Era como una bofetada en la cara.
La rabia llenó su cuerpo. Así era como ellos se sentían respecto a ella. Spencer miró con tristeza a sus dos tarjetas de crédito. Las había usado tanto, que la tira de la firma casi se había borrado. Apretando su mandíbula, cerró fuertemente su cartera y sacó su Blackberry, desplazándose a través de su lista de llamadas recibidas hasta el número de Wren. Él contestó al primer timbrazo.
—¿Cuál es tu dirección? —le preguntó—. He cambiado de opinión.

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